¡Oh, hombre!, ¿qué parte de mí te hizo creer que me enamoré de ti?, qué cosa en mis acciones te crearon una ilusión cual visión en el desierto. Soy una mujer discreta y también silenciosa, mis monstruos personales raramente salen a la luz, pero si mi corazón late fuerte, lo dejo salir y gritar sin reparos, si en verdad me enamoro mi cuerpo me delata, mis palabras lo proclaman.
Hombre: requiero más que de palabras adornadas y endulzamiento de oído, tú sonrisa o tus manos no te convierten en el hombre ideal, necesito más que de un instante, de una aventura para que me muestre en mi plena vulnerabilidad, para que me provoques el deseo de conjugar la palabra amar en cada una de tus extremidades sin parar.
¿Acaso fueron las palabras que alguien más te dijo, acaso alguien te lo aseguró? Fue más sencillo alimentar una idea tergiversada que venir aquí y conocer de la raíz que son mis labios, las palabras tal cual fueron dichas. Fue más fácil dar paso al silencio y hacer inhabitable el curso de los días. Se mira el horizonte hasta donde la propia vista nos marca el límite; pero anda a enterarte que el paisaje que alcanzas a divisar no es la totalidad del territorio.
Sabe también, que en mis actos no considero errores, en mis pensamientos no caben rencores, ni odios, ni culpas; desde siempre este cuerpo los ha vomitado por inercia en cuanto intentan invadirlo. Alguna vez quise reclamarte, pero salí un momento de mí poniéndome en tú posición, entonces tal vez, lo comprendí.
Una lástima el vaso que se elige para ahogarse, pero una suerte la mano que sabe dar vuelta a las páginas y terminar el capítulo.
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