Juan Rulfo fue un escritor originario de mi país, autor de "El Llano en Llamas" y la novela "Pedro Páramo". Leerlo es hacer vívidas las imágenes en la memoria de la historia de un México que el tiempo y la modernidad han desdibujado: El de los años de los abuelos y los bisabuelos, el de los tiempos revolucionarios, la vida rural y su incesante lucha por la libertad, sus raíces, tierras y credos; esas realidades que transcurrieron (y transcurren) bajo la pobreza, en la encomienda a Dios y a lo que pudiera traerles de esperanzador en el día a día.

Si estos escenarios, los paisajes rurales y las historias no se conocen, no son familiares para quien las lee, se recrean sin ninguna dificultad en la imaginación a través de cada historia de Rulfo. Porque además, aunque él habla de la historia de un pueblo, bien pudiera reflejarse la historia de varios, en particular, la de los latinoamericanos. La invitación a reconstruir la memoria a través de la excelente narrativa es lo que más me gusta en este escritor, no es posible leer alguna de las historias sin estar recreando la escena descrita en la mente, sin ser parte de la misma. 

Para que sea posible seguir aquí

Para seguir, para seguir viviendo,
tomar pues algo que da de comer pero que no alimenta.
No, no lo tomo, me toma.
El discurso existió antes de mí,
se libera como eco y no sé pronunciarlo,
un sabor amargo incendia las verdades 
que se proclaman únicas.

Para seguir, dicen,

tomar el tren que te lleva a la estación que no elijes, 
¡abordalo! 
Pero en vez de eso paso de largo,
veces pensando en entregarme, 
otras tantas sólo esperando por mí,
abro los ojos para verme pasar. 

Para seguir, para seguir andando,

mirar los letreros que te traen con mentiras,
vivir de lo que sirve, dicen.

Estas calles no se detienen,

se arman porque deben armarse, 
porque pueden hacerlo, 
más ¿por qué lo hacen?, 
¿por qué no dibujo mi camino al exilio?
Deformar, de-formarme,
sería lo justo, la tregua para seguir viviendo, 
para seguir aquí. 

Conversación con una fotografía

Hoy me pasó algo curioso. Estaba en medio de la calle Madero en el corazón del Distrito Federal, el hecho de que sea fin de semana la hace más transitable, más caótica pero también más hermosa y más llena de vida; con esa dualidad entre lo viejo y lo nuevo que siempre me ha fascinado, esos tantos artistas anónimos que la hacen ser. En serio que no es lo mismo sin los músicos, las botargas, los letreros de abrazos gratis, las actuaciones, el bullicio.

Pienso que fue el calor del medio día, mis labios resecos eran visiblemente notorios, si te contara, ¡la sed que tenía! seguro recuerdas que no puedo estar mucho tiempo sin líquido, soy como un pez. Pero no quería comprar nada ahí cuando podía conseguir una botella de agua por mucho menos precio hacia los alrededores del Zócalo, todo en la zona es más caro debido a las tiendas y a la fluencia de extranjeros.

El punto es que estaba mirando la puesta de un grupo de actores cuando te vi pasar, te miré de espaldas, ibas justo hacia el Zócalo; formal como siempre, distraído, con tu andar lento y la mirada en el asfalto como si contaras los pasos, eras tú, no tenía duda. 
Me alegré muchísimo y corrí para no perderte de vista, con tanta gente era muy difícil pasar, por un momento pensé que te perdía pero afortunadamente no lo hice, te llamé de la manera más eufórica pero...
no eras tú, el chico en realidad no eras tú. Mi sonrisa se desvaneció al instante, sumado a que me sentí como una completa tonta; fue gracioso, bueno al menos ahora lo es en el momento no lo fue tanto. 
Le pedí disculpas, primero me miró extrañado y luego como si estuviera loca pero no dijo nada y se fue, lo cual me hizo sentir aún más tonta. Estaba tan segura que eras tú. 
Ya te harás la idea de las ganas que tengo de volver a verte que hasta creo encontrarte en donde ni siquiera estás. Bueno, eso y digamos que también tuvo que ver mi deshidratación.

¿Te parece raro que te diga todo esto? Seguramente, pero es que todo me ha hecho una persona más vulnerable; lloro, a veces lloro, pensaba que sólo podía hacerlo por los demás pero resulta que también lo hago por mí, por mí misma y mis deseos que no concuerdan en ningún punto con la realidad. 
¿Eso significa que de algún modo me compadezco o que me tengo lástima? Pienso que ambas, más lo segundo que lo primero.

¡Vaya!, ahora formulo y contesto mis propias preguntas, no lo había notado. También ayer me di cuenta de que paso más tiempo oliendo mi libro nuevo que leyéndolo. Caí en la cuenta mientras lo tenía sobre mi cara, con la nariz pegada a él. Me reí mucho, tú también lo hubieras hecho si me hubieras visto.








“30 Diciembre 1959: (…) Porque debo aceptar mi soledad. (Pero tengo tanto miedo de perder todo contacto con el género humano, de volverme loca de soledad.) Yo no me siento sola, me siento abandonada, que es peor y que significa una soledad trágica, recorrida de odios, no una soledad creadora, rilkeana. En suma, me doy asco. Cada vez que hablo y sonrío y soy cordial y afable, me doy asco porque sé que lo hago para defenderme: simulo bondad, para que no me castiguen ni abandonen, para que me quieran y ayuden, etc. Pero me desprecio y me repugno y sólo amaré al ser que me ame como soy, callada y de hielo, hecha de silencio y de dolor. Y cuando no precise ser otra ni fingir más, o al menos fingir muy poco, entonces habrá llegado la paz, el amor, la dulzura. Toda esta farsa me rompe el ser, me desarticula, me pierde y me enloquece. Hay que aceptar el abandono y la soledad.”


 Diarios
Alejandra Pizarnik

La dimensión que da la lluvia en una casa solitaria

Nada ansío de nada, 
mientras dura el instante de eternidad que es todo, 
cuando no quiero nada.
-Oliverio Girondo


Usted despierta en un día nublado, lluvioso y frío, uno de esos que de un tiempo para acá se han venido dando en la ciudad por los huracanes del Pacífico. Se asoma a la ventana, divisa la calle mojada y las gotas de lluvia empapando los parabrisas de los automóviles, el sonido de las llantas de alguno que recorre el pavimento mojado le resulta agradable.

La calle está sola, no hay ningún transeúnte, usted también está solo en casa, nadie más que el perro y los pericos que la abuela le obsequió le acompañan, pero este silencio y esta calma que amenizan el día le sirven para imaginar por un momento que es el único habitante que queda en la tierra, un pensamiento que le llega así de pronto; tal vez sea porque se siente más solo que de costumbre, y vaya a saber por qué si ya han habido muchos días como este.
Entonces empieza a pensar en formas para distraerse, a idear cosas que pueda hacer pero después de hallar algunas, se siente ridículo por tener este tipo de pensamientos y sentirse incómodo frente a la tranquilidad, porque además saldría de la casa para evitar paranoias pero no encuentra ningún motivo para hacerlo y no quiere.

Otro pensamiento repentino lo invade y se dice en voz alta que es extraño como el presente puede resultar una ironía, se lo dice en voz alta así mismo porque le rebasa el hecho de pensar que usted está aquí sobre este techo, tranquilo y arropado mirando por la ventana, sólo mirando por la ventana, mientras miles de tragedias acontecen y se confabulan en este preciso momento alrededor del mundo- ¡Qué miseria!- piensa- esto le hace explotar por dentro, usted no es dado a mostrar su enojo y las personas que le conocen bien lo saben. Entonces le parece que ya no se aguanta más ahí, así, inmóvil, parado a la espera de la nada, a que el tiempo pase, a que haya algo interesante que rompa el estado pasivo de las cosas ya sea afuera o adentro, le dan ganas de jalar su cabello, como el signo que algunos muestran cuando están perdiendo la cordura, pero no lo hace porque le daría miedo aceptar ese hecho de sí mismo, le da miedo aceptar que puede estar volviéndose loco.

Resuelve ir donde la computadora, pero al encontrarse sentado frente al aparato considera que gastar el tiempo en internet ya es demasiado desperdicio, no tiene ganas de leer o de telefonear a algún amigo porque sabe que seguramente estarán ocupados en sus respectivos trabajos, todo mundo hoy en día está ocupado en su trabajo, en sus actividades, en su rutina; se pregunta entonces si es el único que tiene tiempo para pensar trivialidades, estupideces tal vez, si es el único que reniega de la quietud, quizás en estos momentos ellos también se estén hartando de sus ocupaciones o quizás ni siquiera puedan pensar en ello debido a la atadura en la que los deja el deber. Ahora comienza a sentirse un poco, sólo un poco afortunado por el hecho de tener tiempo de pensar, por lo menos para pensar en que aborrece este momento; es mejor que no destinar ni un segundo a considerarlo, porque usted supone que la mayoría de las personas detestan el momento que viven sin estar claramente conscientes de ello, pensar en eso al menos lo tranquiliza. Esta consideración no lo hace menos desdichado en este momento, es sólo algo que atravesó su mente.

Entonces se da cuenta que todo es causa de algo, usted está aquí en la ventana sintiéndose harto del resultado del todo, algo que los fervientes divulgadores de la motivación personal dirían que usted mismo construyó, y que probablemente vaya en camino a ser una persona amargada sino ve la vida con optimismo y alegría. Los maldice, odia esos discursos baratos con que convencen a la gente- ¿Cómo puede ser qué la gente crea toda esa mierda?- se dice nuevamente en voz alta- y enseguida piensa -¿Hablar conmigo mismo y en voz alta es un signo de qué?- esto lo piensa más no lo dice, realmente no quiere ahondar en la búsqueda de ambas respuestas pero después de un rato de silencio en sus pensamientos, se asusta porque recuerda que alguna vez alguien le dijo que el hecho de no querer buscar respuestas era un signo de muerte; estar muerto en vida y saber que se está vivo sólo porque siente hambre o respira, es la manera más patética de vivir, la más vacía quizás.

Ahora recuerda que hay ciertas imágenes, ciertas canciones que le sacan de la inmovilidad, tal vez lo llenen de nostalgia pero decide poner un disco en su viejo tocadiscos, herencia única que le dejó su abuelo paterno; escuchar estas canciones tal vez sólo le traiga recuerdos tristes de personas que ya no están, o de usted mismo, de usted, el que era hasta hace unos cuantos meses. Se queda dormido en el sillón individual que colocó de lado derecho de la ventana, mientras el tocadiscos reproduce That's Life de Frank Sinatra en el lado izquierdo. Esta bien podría ser la escena de alguna película o el cuadro de alguna galería de arte moderno.

A partir de ahora todos los días de su vida pueden ser como este día, iguales, sin cambios, eso si usted quiere; fue lo último que pensó antes de conciliar el sueño.

Es otro día, ahora despierta, abre los ojos y se levanta a recorrer las cortinas y mirar de nuevo a la calle; hoy ya no llueve pero todo sigue mojado; echa sólo un vistazo pero después de ducharse y tomar el desayuno regresa a mirar con atención, se dispone a memorizar de nueva cuenta lo que hay afuera, a criticarlo desde adentro, como siempre, algo que a estas horas del día ya le parece trágico, por eso tras ponerse su abrigo decide salir de casa a pesar del frío y la cantidad de charcos que seguro habrá en las calles. Tal vez otras preguntas puedan venir a su mente, no sabe, pero lo que es seguro es que otras cosas que no alcanza a ver desde su ventana podrá verlas con claridad desde fuera, si éstas le resultan una molestia está resuelto a regresar de inmediato a la casa, a la comodidad de su aposento.

Después de cruzar la calle mira fijamente por un par de minutos la ventana, esa por donde ayer veía desde dentro el lugar donde justo ahora está parado, piensa ir a comprar un paraguas, al parecer hoy también lloverá mucho pero si todo pinta bien ya decidió que va a estar todo el día fuera. Camina hacia el mercado.
Quizás no se trate más que de su relación con la soledad, la soledad que le grita, y de usted; usted creyéndelo todo. 





Composición humana

Había aprendido a hablar de amor sin saber exactamente qué era, había aprendido a reconocer la miel en los cuerpos que muestran rastros de dicho amuleto.
Tenía los labios intactos, unos cuantos fantasmas y visiones que llegaban de una supuesta lucidez.
Todo eso tenía. 
-Perversos cuentos de hadas, ¿se trata de lo romántico o del romanticismo? -dijo- falacias modernas.
Más nunca supo, no sabía del todo.
Pensar siempre pensar, su condena era pensar, bajar a los infiernos y recoger los rastros que las vidas despreciadas dejaban, esencias quizá.
Sabía de la tragedia, de historias que cuelgan de un precipicio o del péndulo de un reloj,
sabía de miedos y mucho más de soledad.
Se dedica a mirar y nombrarlo todo. 
Se le habla de cómo es una tormenta pero duda si la reconocerá. 
-¿Y quién te asegura que aquello es una tormenta?, ¿Cómo sabes que lo que te empapa la piel en verdad es una gota de agua?-
No había castigo en ello, no era razón de compasión, 
sabía, bien sabía que la existencia era así. 
-Es algo que tiene que descubrirse- se le dijo.
-Composición humana- pensó.