Ana

Se llamaba Ana, yo nunca la conocí pero el llanto por su muerte llegó hasta mi puerta, 
el dolor se vació en las paredes, mi casa y el tiempo guardaron silencio para que ella entrara, para evocarla.

Que la consolación nos alcance por la partida irrevocable, que nos alcance a nosotros que nos gusta pensarnos permanentes, por lo menos esta noche.

Se llamaba Ana dijo la mujer que habló de su muerte a mi madre, y al instante pude ver el orificio, pude ver la marca que su cuerpo hizo al mundo cuando se fue; 
el anochecer de la playa tiene ya otro cerco en la arena para poder adornar su inmensidad.

Se llamaba Ana, y el hueco que dejó en el mundo es un picaporte en los bolsillos de quien la adoraba y se llenaba los ojos de su presencia.

No tengo idea cómo era, no conocí su tono de voz o vi la forma de su cabello, lo cierto es que ella llegó a mi puerta y así supe que existió.

Se llamaba Ana, y tantas Anas habitan y habitarán este mundo, pero ninguna Ana será más, esa Ana.

Viniste


Viniste, por fin viniste.
Habías pisado la tierra, 
habías mojado las separaciones entre tus dedos,
tenías dureza en las plantas,
eran visibles todas tus marcas;
callos en tus dedos pequeños, 
tierra en ellos como rastro de tantísimos desplazos.
Habías sido centro de otras raíces.

Caminaste descalzo sobre puentes quemantes y

piedras invisibles. Venías llagado, fatigado,
con ojeras y tus centros quemados,
habías andado sin rumbo;
si algo te sobraba era silencio y espacio.

Yo estaba recostada, 

con una mano en el cuerpo y otra palpando la tierra,
también me había ensuciado, también estaba exhausta,
por eso al principio no me percibiste, por eso casi me saltas.

Viniste y los metales pesados se desataron,

estiraste tu mano y turnamos el paso,
a ratos andando, a ratos tirados;
el camino nos había juntado.

Y me tendí en el suelo, me tendí para ver si la tierra murmuraba aquello que desconozco, aquello con lo que he formado un tejido de ideas pero no tengo medios para saber si existe, qué es o cómo es.

Me dejé ir para ver si así se apiadaba de mi mente en blanco y me eran dados los nombres y direcciones de pasadizos ocultos de hombres y mujeres terrenales confinamos al olvido cuando suspendimos la búsqueda.

En el pensamiento más ruidoso dije: "Quiero verlos, caminarlos, tocarlos". La tierra vibró pero no dijo nada. 

¿A cuántos secretos tiene uno derecho?, ¿Cuántas lagunas o vacíos mentales se deben tener para poder encontrarlos?
La inocencia y la perversión se acercaron a mi; 
salvé a una mariposa de morir ahogada, 
profesores universitarios queriendo 
comerme las entrañas.

Las dos cuerdas buscándome lazar,
me tomaron por el cuello y apretaron con fuerza,
al mismo tiempo, de frente, arrebatándose mi cuerpo;
ser cual muñeca de trapo.

Los dos manojos me empalmaban, me adherían al ramo,
huía de uno, 
me tomaba el otro.

No le conozco el fondo a ninguno, dije.
No pudieron llevarme,
no encontraron cómo,
a la víctima perfecta se le desvanecieron las manos.

Lo que de un libro emana, no ha de regresar

Mi libro huele a humedad, huele a viejo y a encierro, 
a los años o tal vez las décadas que pasó confinado a un estante de librería.
Le deslizo los dedos por cada página, 
las repaso aunque aún no las lea, 
le reconozco cual ciego en lenguaje braille; 
es nuevo para mí, más no así para otro lector.

Mi tarea es desnudarle, reconocerle cada parte, 

delito que cometo cuando le tiento con 
los ojos y la voz los poemas con que la imprenta le vistió, 
aquellos que narran eternas tragedias 
de un triste escritor.
Es la cosa, se sabe, siempre se sabe, 
uno no abrirá el libro y encontrará sólo palabras, 
uno no leerá y sólo eso. 

Y creo, tan sólo creo, que lo he salvado de alguna soledad 

o tal vez se la robé; 
y creo, tan sólo creo, que él hizo lo mismo conmigo. 

Macrontámico (tercera parte)

Una semana después, mi padre vino a verme, se atrevió a venir con esa señora con la que ahora vive y que tiene cara de estar oliendo todo el tiempo popo de perro, sinceramente la detesto, ¡es tan macrontámica, tan insoportable!. Por eso la vez que me llevó a conocerla y ella intentó hacerse mi amiga, la ignoré por completo y al llegar ni siquiera la saludé. Tiene mucho menos edad que mi madre, pero eso no la hace más bonita, no entiendo qué pudo haber visto en ella.

En ese momento me di cuenta, usé la palabra para maldecir a la señora, lo hice pero hasta apenas lo noté y no cuando la dije. Se me está pegando como cualquier otra palabra, como si ya fuera mía, bueno, yo pienso que ya es mía; ¡si que es mía!, después de todo nadie la conoce y por algo tiene que ser que haya llegado a mí. Pero, ¿uno puede apropiarse de las palabras?, ¿es eso válido?. No creo, las palabras son públicas ... ¿o no?, las palabras no tienen dueño... ¿o si?.

A partir de ese momento me pasé quién sabe cuántas tardes tratando de ponerle algún significado, algo definido; me había hecho a la idea de que jamás la olvidaría y que siempre estaría en mi cabeza, así es que ¿por qué no?.
La verdad es que todo fue en vano, no pude, esta situación terminará por desquiciarme y creo que soy muy joven para enloquecer y que me encierren en un manicomio. Hasta ésta desesperación es ella misma tan macrontámica y también esta frustración que siento de no poder ponerle algún concepto y armarla como a todas las palabras para que también pueda ser dicha por más personas, no sólo por mí, eso me gustaría.

Bueno, es verdad que todos pueden decir todas las palabras y cualquier boca puede pronunciarlas y armar frases, porque todas están al alcance de la punta de la lengua; pero también es verdad que lo que para mí significa alguna, no puede ser lo mismo que signifique para mi profesor de Español o para Georgina, o para Osvaldo; por ejemplo la palabra "querer"; yo quiero a Georgina pero mi cariño seguro es diferente del que mi profesor siente por su novia, lo sé porque él ya se va a casar y yo todavía soy muy chico para pensar en esas cosas, la verdad ni me importan... ¡En fin! por eso creo que aunque tengan un significado, cada quien las usa como mejor le acomode.
Pienso que ninguna palabra debería tener algún significado fijo, que les deberíamos quitar el hilito que las ata y dejarlas ser; después de todo, ya están condenadas a existir sólo cuando se les escribe o se les dice, o en las imágenes y en las miradas; tienen tanto peso desde que se las piensa y se les da un lugar en el mundo.

Llegué por fin al octavo y último capítulo de "Cien mil leguas marinas", pero me quedé mirando por mucho rato la página que me exponía el número de capítulo; es que no quería voltearla, alguna parte de mi no quería hacerlo porque sabía que ahí terminaba todo, era el llamado principio del fin al que no quería llegar porque éste, no había sido un libro como cualquier otro de los libros que he leído antes, me pasó esta cosa rara con macrontámico, el libro me había dejado una palabra, de eso ahora estoy muy seguro y por eso era muy especial. Voy a conservarlo siempre, no voy a regalarlo, ni venderlo, ni siquiera a prestarlo; lo quiero conmigo hasta que sea un anciano y muera. Yo no sé, pero no creo que a muchos les pase esto, tal vez me equivoque, pero el hecho es que me alegra que me haya pasado a mi.

Así como los marineros habían encontrado vida en el mar, yo había encontrado una palabra. Me pregunto si tal vez a alguien más en el mundo se le reveló antes, y si él o ella o ellos pudieron colocarle algún significado.

Tan inesperado como el principio de la historia, fue el final, jamás me pasó por la cabeza que esto sucedería. 
Los dos almirantes habían decidido no dar a conocer la existencia de la criatura al mundo, y mucho menos todo lo que les había revelado. No querían que la dañaran ni que la exhibieran como una cosa extraña, sabían que esta decisión les costaría millones de dólares pero no importaba, de algún modo (sepa cómo o porqué) habían comprendido que no eran quienes para sacarla de su hábitat en la belleza del azul y de todos los colores que pintan el mar desde la superficie hasta lo hondo; porque era una de las pocas cosas bellas que aún había en el planeta, y desequilibrarlo, significaba la muerte lenta de algo que es precisamente tan bello porque no se conoce, que existe sin necesidad de ser visto por el ojo humano. 

Admiré a los capitanes por su decisión, ninguna promesa de recompensa ni la fama que colocaría sus nombres en la historia como grandes exploradores fue más fuerte; qué mejor recompensa pudieron cobrar de esa larga travesía que haber sido protagonistas de un acontecimiento sin precedentes, algo que no ocurre muy a menudo... como a mi me ocurrió cuando macrontámico llegó a mi vida.

Desde que leí la última palabra que cerraba el capítulo, empecé a pensar todas éstas cosas, y entonces todo estuvo más claro que nunca, no me costó trabajo darme cuenta cuando uní las piezas. 
¡Claro! ¿Por qué no lo pensé así antes? Macrontámico tenía que ver con todo y con nada en el mundo, es la palabra para todo lo que hay que desconocer, existente o inexistente. 
Si algo ya está, si ya existe; hay que volver a verlo pero de forma diferente, a detalle y no de vistazo; o si se piensa en algo que aún no existe, si se tiene alguna idea, por muy loca que parezca, hay que crearla porque por algo se nos ha metido a la cabeza; aunque habrá ocasiones en las que se tendrá que decidir si la guardamos y le damos un lugar personal para que exista sin nadie ni nada más. 
Macrontámico es entonces, la linea tanto de la visibilidad como de la invisibilidad.

Quizás haya visto a las personas y a las cosas llenas de colores la primera vez porque tenía que darme cuenta primero de que no había que dejar que algo o alguien pasara desapercibido, todo tiene un color que se va a tonalidad gris y pesca un tono invisible cuando nadie lo mira o lo pronuncia; macrontámico entonces tenía que ser la palabra clave que las reviviera, que las rescatara y las sacase de esa nada a donde el mundo y los días las habían metido... pero también, y como el capitán Ralph y el capitán Freeman, había que comprender cuando ciertas cosas no quieren o no pueden ser vistas, no quieren ser dichas; por lo que uno no tiene el derecho de exponerlas si quieren permanecer en el anonimato, uno no debe ponerles un significado que no necesitan, que no han pedido y por tanto no requieren, ya que sólo quieren ser como son; en secreto, calladas, tímidas. Eso también es macrontámico.

Así de complejo es todo y no hay porqué tratar de darle coherencia a todo lo existente, "No todo tiene que tener orden", dice a veces mi profesor de Español, y ahora ya entiendo.