Evocación al paseo

Soñé con Bolaño,
era una fotografía blanco y negro que 
me miraba fijamente y sonreía.
Soñé que comía hasta reventar,
ya estaba satisfecha pero aún sin poder 
terminar un bocado, ya quería más.
Soné que no podía articular,
mis labios estaban pegados y no podía hablar.
Soñé con mi profesor de filosofía,
habíamos discutido sobre Kant y al término, 
ni vaga idea tenía de lo que era la moral.
Soñé con Edith Piaf, cantaba la Vie en Rose 
mientras yo me intentaba suicidar.
Soñé que tenía que conocer a todos los intelectuales 
de mi generación,
pedí nombres pero nadie los conocía, 
eran hombres y mujeres de transparente existencia 
y secreta dirección.
Soñé con Simone de Beauvoir, corríamos juntas 
desnudas por una concurrida avenida de París.
Soñé con mi abuelo Andrés, me pedía que no 
olvidara que uno se va pero nunca el "después".
Soñé que vivía en un vagón del metro, 
un señor poco aseado y de aspecto irritado 
dejaba flores en lo alto del ropero, para después 
quebrar una pata de la mesita de centro.
Soñé que paseaba con Roberto, caminábamos 
por las calles del centro mientras me hablaba
de detectives salvajes y poemas que nunca escribió.
Contemplo la mirada detrás de esos grandes anteojos 
y los rizos de su cabello; 
un verdadero perro romántico pienso yo.

A Roberto Bolaño

Ingenuidades

¿Y qué sabes tú del mundo?- me dijeron sus ojos - ¿Qué sabes si sólo te acomodas en las palabras?

Aquella mujer me hablaba de cosas que yo no conocía y otras tantas que no contemplaba,

cosas que no se escriben, sólo se hacen, 
porque no existen de otra forma.
Reconocí el poco ejercido oficio de cantar verdades, al menos, las verdades que ella tenía de mí.

Estaba tan sensible porque nunca me habían gritado así, 

por lo ojos, tan en silencio,
y porque me sentí tan incapaz de contestar con la boca;
la suya hablaba de algo, pero sólo me entendí con la mirada; 
lo fui anotando todo, armé frases, discretamente las escribí en mi libreta y ya tenía la escena hecha, 
para no olvidarla nunca: a ella y sus palabras.

Tenía razón,  no sé acomodarme mejor en otro lado que no sea en las palabras, en las escritas mejor que en las dichas, y me sentí tan encerrada, tan en casita de muñecas, tan pequeña. 


Hay tanta limitación en mi pero también tanta curiosidad, y por eso creo que estoy salvada, creo que no estoy perdida. 

Pero qué puedo saber yo que lo desconozco todo; estoy en medio de un lago, desnuda y sintiendo tanto frío. 

Después de un rato de escucharla reprenderme, me armé de valor y la interrumpí: "No sé de realidades pero las imagino, ¿eso cuenta?"- dije- por primera vez la boca se quedaba callada, pero los ojos ni un parpadeo dudaron en mirarme con indignación, al mismo tiempo que me gritaban: "¡Descarada!"... 

tal vez, si estoy perdida.
De todo lo que hay ahora en mi vida, tú eres el torbellino, lo más estremecedor; te lo dejo saber en el café con leche que nos preparo por las mañanas, en tus playeras que acomodo y a veces me doy el tiempo de desarrugar jugando el rol de ama de casa, y mira que ya sabes que es el único papel que no me gusta jugar, que detesto tomar.

Me ha hecho falta nuestro ritual ocasional de las noches, en el que te doy la espalda y al sentirme lejana, te acercas para acurrucarte y oler mi cabello antes de que te venza el sueño y yazcas con tu mano izquierda en mi cintura; con esa imagen de ser desprotegido de todos los males del mundo, con esa imagen que mi espalda esconde durante la noche.

Espero que ya te hayas percatado de lo que yo ahora: 

Que hemos entrado en la dimensión de la monotonía, que la inercia ya recae en nuestros cuerpos, y ¿cómo?, cómo repararnos amor mío, si los placeres me parecen tan gastados y los deseos tan olvidados.

Besarnos se ha vuelto un ritual con horario, con recordatorio de qué, ya no me acuerdo, lo convertimos en una acción embustera y siniestra: 

Qué no se nos olvide dar de comer al gato, que no se nos olvide revisar las llaves de gas, qué nos se nos olvide besarnos antes de salir a trabajar, el maldito juego del "se debe hacer", ¿te das cuenta?.
Tengo miedo, me siento en el túnel oscuro, aquel del que siempre salí urgentemente de amores pasados sin dejar nota de despedida. Pero contigo es diferente, no sé, no me preguntes por qué, es sólo que aún me quiero quedar.

Nos desgastamos como de común acuerdo, el tiempo es relativo pero nosotros lo pasamos en asuntos terceros, ya no estamos juntos, ¿lo notas? no es paranoia, amor mío, es que tú dices: "Estoy cansado, sólo quiero dormir" y cada noche que lo sollozas yo me siento un abismo más atrás; 
no conversar, no abrazarnos, no tocarnos, no olernos, no amarnos.

A lo mejor es que ya te enamoraste de alguien más, no me enojaré y tampoco te odiaré, te prometo que no me enojaré si es así; cómo enojarme porque busques el amor, si es el único resguardo, la única ceguera que permite la visibilidad más etérea de este mundo; y si en mi ya no lo palpas, ve a donde esté; yo siempre hice lo mismo.

Es verdad que me entristeceré, pero tengo la suerte de que mis tristezas sean penetrantes más no perdurables, dejo que me arrastren cual perro de pelea moribundo por el suelo, pero luego y siempre, hallo la forma de curarme. Porque prefiero eso a instalarnos junto al demonio de la costumbre, en el delirio de la inmutabilidad; porque ya viví gran parte de mi vida entre ceremonias de lo habitual, entre acciones de cada día, de siempre; eso ya lo sabes, como también sabes que no lo soporto.

Dime amor, si dejamos los sorbos de veneno, si paramos de rasguñar el tiempo y renovamos el secreto compartido; o si mejor de una vez y de tajo dejamos de sucedernos; y nos acabamos, y nos despedimos; con las memorias de buenos amantes y entrañables amigos, para resucitar en otro tiempo, con otros cuerpos, 
otros demonios, diferentes hastíos.



 

"¿Y para qué leer? ¿Y para qué escribir? Después de leer cien, mil, diez mil libros en la vida, ¿qué se ha leído? Nada. Decir: yo sólo sé que no he leído nada, después de leer miles de libros, no es un acto de fingida modestia: es rigurosamente exacto, hasta la primera decimal de cero por ciento. Pero ¿no es quizá eso, exactamente, socráticamente, lo que los muchos libros deberían enseñarnos? Ser ignorantes a sabiendas, con plena aceptación. Dejar de ser ignorantes, para llegar a ser ignorantes inteligentes. […] Quizá, por eso, la medida de la lectura no debe ser el número de libros leídos, sino el estado en que nos dejan.

¿Qué demonios importa si uno es culto, está al día o ha leído todos los libros? Lo que importa es cómo se anda, cómo se ve, cómo se actúa, después de leer. Si la calle y las nubes y la existencia de los otros tienen algo que decirnos. Si leer nos hace, físicamente, más reales."

-Gabriel Zaid, Los Demasiados libros, Editorial DEBOLSILLO

Busco a la mujer

Busco a una mujer.
Ella tiene mariposas en la mirada y ciruelas en las caderas. 
En sus piernas hay un pequeño mono que danza cuando camina; 
no importa si anda lento o aprisa.
Cuando la toco por el hombro o la cintura, 
las manos se me llenan de carmín que no consigo quitar en dos o tres días.

A la mujer que busco las penas se le asoman por la punta de los cabellos, 

la reconozco porque su sonrisa tiene la forma de un espiral 
y sus labios saben a almendra y tierra seca.

Cuando habla me empiezan a brotar un par de aves por la lengua, 

y el estómago se me inflama cada vez que repite la palabra "nosotros". 
Su timbre es el Moonlight de Beethoven, 
su voz tiene los colores
de una pintura de Van Gogh.

No sabe bailar, dice que tiene dos pies izquierdos. 
Su pasatiempo favorito es coleccionar hojas sueltas,
hojas perdidas de libros que encuentra en la basura de una vieja biblioteca. 
Se arma historias que no tienen ni pies ni cabeza, 
pero cuando las lee, te convence de que son ciertas:
Un  hombre murió de rabia y al día siguiente resucitó 
por un cordón de zapatos que le ataron al corazón.
Un barco zarpó a la mitad de China y la población
 lo usó para bailar el día en que llegó el año del dragón.

Busco a la mujer con ojos de planeta,

 la que guarda tulipanes en la cabeza. 
Se ha ido; no viene, la he esperado y está tardando;
yo la quisiera a mi lado.

Frida Kahlo


El ejercicio de desfallecer,
desfallecer de madrugada tendida en una cama helada,
llena de altares demenciales y memorias alabantes.
Material para el amor sin cuerpo, el cielo sin aves,
la avenida sin señales.
Inventar un signo o recordar alguno.

Malabares de extrañeza,
la figura que no pesa pero tampoco cesa.
Reparase y agrietarse, agrietarse y repararse;
para convertirse y reconvertirse,
como la tierra sin lluvia y más tarde con ella.

Me asegura el eco que la cordura no elimina la demencia, 
que la ausencia es la presencia,
y diviso la tierra en donde no siembran pesares,
del pueblo que huele a café de hoya

y reparte cantos de arrabales.
Y hay tumbas llenas de ceremonias, 
de donde aspiro el incienso de nueva brasa, 
de donde cojo las flores que llevo a casa.

Día de muertos

Lo que más me gusta hoy
es la flor de cempasúchil,
el potente aroma a incienso,
la presencia del ausente.



What I most like today
is the cempasúchil flower,
the powerful scent to incense,
the presence of the absent.