La visita de Avelina


A la memoria de Juana Benítez
 
Tengo bien fresco en la mente el día en que mi Avelina se fue, aquel día sentí que me dejaban venir contra el cuerpo un machete que me cortaba en pedacitos y para mantenerlos frescos fui a hacérmelos arder en pulque y mezcal, me ahogué en la pena hasta que sentí que se hacía una costra dentro mío, una que aquí sigue, aquí la he sentido todititos los días desde que se me murió. 

Avelina tenía días quéjese y quéjese de dolores en el estómago, se había tomado algunos menjurjes que le dio la curandera del pueblo pero no le hicieron efecto, mejor me la llevé con el doctor el día en que se agravó y no pudo levantarse de la cama; ella estaba sin moverse, con la mirada perdida hacia el techo y sudando frío, la cargué como pude y la subí al burro. Me dio escalofríos tan sólo de pensar en el viaje que nos esperaba, desde aquí, en Copala, hay que andar cerca de cinco horas para poder llegar a la zona donde el doctor, en estos lugares nos sanamos con remedios y hierbas pero a ella eso ya no le servía.

Su hermana Justina salió corriendo de su jacal cuando la vio como desmayada y me pidió que la dejara acompañarme, anduvimos pues cerca de dos horas lo más a prisa que se podía, hacía un viento muy fuerte, levantaba el polvo y no nos dejaba ver bien el camino, que para tan entrada la madrugada como estaba, no había rastro alguno de gente, sólo nos acompañaba la negrura de la noche y el ruido del aire chocando con todo a su paso. Yo sentía como que una cosa maligna nos seguía, le arrebataba la vida de poquito en poquito a mi Avelina, y me asusté. 

Justina iba trepada en el burro abrazando fuertemente a Avelina, había pasado ya un buen rato desde que la oímos lanzar un quejido y cuando ella se dio cuenta, me dijo- Detente poquito, la quiero tentar.
Nos orillamos hacia una piedra grande atajándonos de la polvadera y ahí Justina extendió su rebozo para taparla, el calor se escapaba del cuerpo de Avelina y yo en ese momento quería que me salieran alas para poder llevarla cargando, quería con todas mis fuerzas que estuviéramos con el doctor en un santiamén. Me puse cerquita de ella para mirarla y le acaricié la cara, ella hizo muchos esfuerzos por abrir los ojos hasta que lo logró, me miró bien fijo con esos enormes candiles que tenía y supe que quería decirme algo, trató de acercarme con su mano y una vez mi oreja estuvo pegada a su boca, me murmuró algo que no entendí, estaba muy débil como para poder siquiera pronunciar palabra, hizo el esfuerzo por volver a decírmelo pero la detuve, no quería que se fatigara más. 

Entonces Justina la cubrió rápidamente mientras me decía:
-¡Hilario, apúrate, apúrate que se nos enfría!- le tocó la cara con sus manos como reconociéndola, como grabándosela en los dedos. Buscando una señal de vida, se pegó a su pecho y la zarandeo fuerte, aferrándose al cuerpo como si fuera una extremidad que habían cortado del suyo; la tocaba como si con sus manos buscara pasarle vida, como si aquello pudiera lograr que se moviera, que volviera a escuchar su nombre de esos labios que tomaban un color morado más intenso con el paso de las horas. 

Ya no podía ser de otra forma, una hora después Avelina se nos había ido, se había fugado al lugar al que nos habíamos prometido ir juntos, o uno seguido del otro sin tanto tiempo de distancia. No nos quedó más que regresar al pueblo y darle cristiana sepultura en el terreno de sus abuelos, un lugar lleno de girasoles que parecen miles de soles haciendo la danza del viento. Justina dice que le recuerdan a las dos cuando chiquillas corriendo tras las lagartijas y arreando los borregos, es una tierra que desde antes de que nacieran les fue prometida en herencia y que ahora, como estaba previsto ya desde ese entonces, le pertenece a Avelina por el hecho de habitar allí por siempre su recuerdo.

Durante meses no pude dejar de llorarla, se me llegó a figurar que aquel dolor era también ella, era su presencia viva en la mía y una forma de tenerla conmigo. 

Esperé el 2 de noviembre como pocas cosas he querido esperar desde que tengo memoria, el pueblo entero se viste de fiesta y de muchos olores, hay recuerdos que salen cada año trayendo consigo a aquellos que yacen bajo tierra, sacamos fotografías viejas, luces y banquetes para deleitar a nuestros invitados del más allá. En casa, con ayuda de mis hijos, armé una ofrenda para Avelina, contenía, aunque humildemente, todo lo que a ella le gustaba, mi pensamiento era que cuando ella viniera, la pasara muy contenta entre nosotros. Agustina mi hija, me platicó que la soñó pidiéndole que le hiciera un mole rojo con pollo, así que trajo una cazuela repleta del exquisito platillo y un montón de flores de cempasúchil que dieron color y aromatizaron toda la casa, mi hijo Aureliano y su esposa trajeron veladoras, pan y champurrado; yo por mi parte coloqué una cruz, su foto en el centro y un par de aretes que se ponía en los días de fiesta, sabía que le gustaría verlos de nuevo.

Cerca de la media noche, la gente se retiraba a dormir, una a una se iban apagando las luces dentro de los jacales y ya pocos éramos los que quedábamos platicando mientras tomábamos buen pulque. Mis hijos se despidieron y pronto me quedé solo, me fui a acostar pero no podía dormir, o más bien no quería dormir, tenía en la mente un revoltijo de pensamientos: mis deberes del día siguiente se enmarañaban con mis recuerdos de la presencia de Avelina en la casa; cuando cocinaba, cuando se sentaba a tejer, cuando daba de comer a las gallinas, cuando trenzaba su cabello y sonreía, todas esas imágenes me andaban dando vuelta en la cabeza y creo que fueron las que la llamaron. 

Empezaba a quedarme bien dormido cuando oí ruidos en la cocina, miré hacia allá y la luz de las veladoras reflejaban una sombra en las paredes, imaginé que algún maldoso hombre se había metido a tomar las cosas de la ofrenda, así que levantándome muy despacio tomé el cuchillo que guardo a lado de mi cama para prevenirme de estas cosas y me moví sin hacer ruido para sorprender al ratero.

Mis ojos se abrieron bien grandes y los pies me empezaron a tambalear cuando miré a Avelina parada frente al espejo de la mesita contemplando su reflejo mientras se ponía los aretes, tenía el mismo largo cabello negro que empezaba a llenarse de canas, tal como lo recordaba; la misma piel, los mismos labios, era como si el tiempo se hubiese detenido en ella. El cuchillo se me fue resbalando de las manos como si tuviera mantequilla y me fui acercando; ella se dio la vuelta y me miró dulcemente, me sonrió mientras caminaba hacia a mi diciendo: 
- Te he extrañado, viejo- yo la abracé muy fuerte y le respondí- Y yo a ti, mi Avelina, yo a ti. 

Pasamos el resto de la noche tomando atole y trayendo a colación el pasado, nos acordamos de buenos momentos, le enseñé qué tanto han crecido sus plantas, la llevé a que escuchara a sus pájaros para que viera que tienen el mismo trinar de siempre, el que tanto le gustaba escuchar en las mañanas. Sin darnos cuenta ya eran las cinco de la mañana, ella echó un vistazo al cielo y por la mirada que puso, supe que tenía que irse, le agarré la mano y le pedí que regresara, que no me dejara tanto tiempo solo, ella dijo:
-Aunque no me veas como ahora, cuido de ustedes y de nuestra cosecha de trigo, estoy encargada de que tu trabajo dé frutos y siga fuerte. Aunque descanso entre los girasoles, el alma de quien se va reclama regresar al hogar, al centro de la existencia. Cada que veas que el viento sopla fuerte entre el trigo, estoy aquí, entre nuestra herencia, entre nuestra tierra y el trabajo que algún día será de nuestros nietos.

Desde entones cada año la espero con fervor, ella viene y me platica cómo estará la cosecha durante todo el año y qué hay que hacer para mantenerla; yo sigo sus indicaciones al pie de letra y todo va bien. Cada 2 de noviembre viene a platicar conmigo, bebemos un trago, bailamos un poco y me deja contento. La última vez me aseguró que ya falta poquito para que no haya más despedidas, que ya merito vendremos juntos a visitar a los hijos y a los nietos, no me dijo cuándo pero sé en el corazón, que será pronto.


Las niñas que nacen en cuna de oro

Niñas pequeñas que nacen con la simpatía de papá y los rasgos de mamá, que reposan y se mecen dentro de una cuna de oro, pequeñas cuyas madres hacen actuación y laboran con los padres en telenovelas donde son ellos quienes realizan la producción. Niñas con suerte dicen muchos, no conocen y probablemente nunca conocerán la precariedad.

Niñas que crecen y deciden seguir los pasos de mamá, se aseguran los estudios pero no importa si declinan, tienen ya un lugar asegurado en el mismo imperio que fabricó la imagen de mamá. 

Niñas que ahora son mujeres de la alta sociedad, que se saben de sangre azul, aparecen en revistas de moda, compran sólo la mejor ropa de marca y hacen lo posible porque su nombre florezca en las pantallas.

Mujeres que comen con la realeza de Inglaterra y en su viaje lucen vestidos Dolce & Gabbana, pasean con bolsos costosos y cargan en ellos unos cuantos salarios de la prole mexicana.

Mujeres bellas y envidiadas, que viven tras pilares de mármol, alejadas de una realidad que no las alcanza, que para ellas no puede ser verdad. Mujeres que tocan con la punta de los dedos su ansiada felicidad, la que a veces sienten lejos cuando quieran o no, llevan a cuestas la elección de la nueva pareja de mamá. 

Mujeres de las que escribo porque comparto con ellas la nacionalidad pero no el código postal ¡una suerte a decir verdad! que en un país de jodidos no conocen y nunca conocerán la precariedad.

Turbación

¿Qué hace una mujer proletaria llenándose los senos y las manos con versos?
¿qué hace insistiendo y riñendo?
queriendo parir algo más que otro cuerpo
o ocupar el presente armando el futuro 
ese que nunca se sabe si de verdad vendrá

Qué gana contemplando y juntando imágenes de la muerte
si a ella al fin y al cabo más tarde que temprano
o más temprano que tarde irá
qué es lo que hace helándose, aislándose
repartiéndose entre cuatro paredes oscuras

Qué hace una mujer sin tiempo para tales menesteres 
exaltando sus miserias,
juntando sus incertidumbres todas como un trofeo
entrando voluntariamente en contradicciones
deseando todo en carne viva
qué hace acurrucándose a un poema de Pizarnik o a uno de Huerta
qué es lo que la hace tan terca e ingenua
llenándose de enfermedades estomacales y desvelando las noches 
qué es lo que quiere que no encuentra aquí
donde no hay nadie que le solape los textos 
ni las ganas de hacerlos

No esperes que te cubra lo mismo que te exhibe
aspira a más, aspira a más- le dicen-
cómprate un poco de poder sobre los demás
fíncate tú que puedes, que aún puedes
no te hundas, estás cavando tu propia tumba
tu tumba, tu turba, tu penumbra
tu deseo te degolla lentamente

Decadencia, decadencia puede ser la palabra, no lo sé
Qué haces mujer, qué haces



Los marchitos


“[…] la forma de abandonarse, de abandonar su cuerpo como un hilacho, 
a la deriva, la infinita impiedad de los seres humanos, 
la infinita impiedad de él mismo, las maldiciones de que estaba hecha su alma.”
-José Revueltas


Están heridos, están que no pueden más, les han despojado de sustancia, les han apagado el brillo en los ojos. Están sin estar, concentrados todos en una dimensión alterna, en una pesadilla de la que ni con mil baldes de agua logran despertar. 

Las penas los han arrojado por un hoyo, un hoyo negro y profundo que no parece llegar a tierra firme, están absortos y temerosos, no terminan de caer mientras el vértigo crece y crece con cada kilómetro cuesta abajo: se les anida en la boca del estómago, se les adhiere un dolor que les machaca las entrañas. Cada tramo es más oscuro y la vista no les previene de nada, no logran distinguir algún lugar para aferrarse, para clavar las uñas; les parece este un castigo eterno venido de algún circulo del infierno de Dante.

Están entumecidos y enmudecidos, ningún grito de terror que pervierta al silencio, ninguna certeza siquiera de que sigan aquí, se dejan llevar, se dejan caer por las barbas del inmensurable manifiesto de destierro que se les impone, eterno como un recuerdo pero invisible como el cuerpo del viento. 

Tienen los rostros llenos de palidez y pocas ansias de luchar contra esa fuerza que pareciera ser la misma que la de la gravedad. Están sin ánimos de aletear o de llorar y es de suma extrañeza, porque aunque sepan que con lágrimas nunca se ha resuelto nada, tienen presente que sin ellas se pudre el alma.

Ahora preferirían estar a la orilla de un río para jugar a mirar su reflejo junto al de otros, gastarse las horas en eso, haciendo un montón de caras, riendo casi que por nada; ahora no pueden, ya no recuerdan cómo hacerlo o si alguna vez lo hicieron, están arrancados de sí, en un estado hipnótico-neurótico. Chocan con otros mientras bajan, se perciben entre sí, se sienten la piel pero no hacen por tentarse, por quedarse uno junto a otro, por intentar tomar alguna mano e ir acompañados.  

Recuerdan ahora las ganas que sintieron cuando aún estaban arriba, las ganas de echarse hacia atrás y mejor decir que no, que no a la pérdida, que no a la fuente de los no deseos pero ahora están lejos como para alcanzar a tirar y subir por la cuerda del arrepentimiento. 

Están en duelo, un tanto al límite. Hay uno que logra meter la mano en un bolsillo del pantalón y encuentra una cajita de cerillos. Prender alguno: que pueda, que quiera, no se sabe; porque uno no sabe, uno nunca está cierto de en dónde van a ir a parar las ganas, en dónde van a morar los restos, en dónde y cuándo nos va a dar la gana florecer. 

"Seguir caminando", nos dejó como tarea el profe Galeano

Leí por primera vez a Eduardo Galeano cuando estudiaba la carrera, una profesora nos lo presentó con "Patas arriba: La escuela del mundo al revés", en donde a base de breves historias, el escritor relata la realidad, ésta; la misma que vivimos todos los días y que a ratos nos puede parecer cosa de ficción. El escritor introduce a sus relatos de la manera más atinada: 

"Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana.

Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies."

Recuerdo haber pensado que nunca antes, en todos los años de escuela alguien lo había puesto tan claro para mí, hablar sin tapujos de cómo las cosas lastimera y rabiosamente son, no sólo en América Latina sino en todo el mundo. Agradecí la existencia del libro porque fue como haberme pegado fuertemente contra la pared, un golpe que es necesario para todo aquél que se asoma a la realidad más allá de las narices y de los televisores, más allá de las calles de la colonia y de las falacias que pregonan los gobernantes.

Cuando las casualidades de la vida (y los profesores que gustan de buena literatura) te ponen en las manos lecturas diferentes del mundo, la invisible estabilidad se tambalea, porque nos enseñan desde temprana edad que nadie corre peligro si anda por los lugares correctos, sino encontramos el fango en el terreno. Cuando la curiosidad nos mueve a andar y lo encontramos, cuando nos caemos pero además descubrimos que fuera de la suciedad y de uno que otro moretón en el cuerpo no nos ha pasado nada grave, querer contarlo se vuelve un peligro para la existencia de las instituciones y los imaginarios colectivos. 
Leí por ahí una frase que dice algo así como que "en un mundo de mentiras, decir la verdad siempre será un acto revolucionario" y uno puede preguntarse cuál sería la verdad, la verdad de quién o de quiénes. Una posible respuesta sería la verdad de aquellos que cuentan la propia, que se hacen escuchar; aunque suena bien para algunos casos, estaríamos pasando por alto que existen aquellos que parecen nacer sin esa libertad, sin siquiera la libertad de tener una verdad y es por todos ellos que Eduardo Galeano escribía, que camino sin parar. Creo que él nos diría que el fango es parte del camino, nació con él y no hay porque tratar de evitarlo, hacerlo no haría que dejara de existir y siempre nos limitaría a pocos espacios para dejar huella.

Con todo lo anterior quiero decir que su literatura no sólo nos dice que si abrimos la puerta y pisamos sobre los lugares no permitidos nos daremos cuenta de que no todo es piso firme, sino que nos invita a que adoptemos la hazaña de comprobarlo por nosotros mismos para descubrir entre otras cosas, que la realidad nos rebasa y que por tanto no debe parecernos ajena, por muy cruda y amarga que esta sea hay que darle la cara, o como diría otro grande, Julio Cortázar: "hay que vivir combatiéndose"

Y bueno, pensando en ello, dejo aquí el link a la descarga de su obra para quien quiera adoptar la hazaña: 
La primer cosa que leí este lunes 13 de abril fue la noticia de su muerte, por la que no pude evitar sentirme profundamente triste y pensar que habíamos quedado, todos los latinoamericanos, un tanto huérfanos, nos quedamos sin una valiosa voz que vivía para alzarse por todos aquellos que no la tenían; luego rebobiné y llegué a la conclusión de que quedarme con ese pensamiento sería tanto como perpetuar el de que la realidad no se tambalea si caminas por los "sitios adecuados": Galeano no murió ni nos quedamos sin su voz, porque un gran escritor se queda en sus palabras y su legado.

Hacer homenaje a Galeano no significa quedarse sentado en una banca en un día soleado o entre cuatro paredes encerrado para leer todos sus libros; leer a Galeano nos compromete a la acción, a la digna acción para actuar desde todas las trincheras por la utopía colectiva de otro mundo posible, para darle la vuelta a este mundo al revés, o como él diría (muchísimo mejor expresado de lo que yo pueda hacerlo): "Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo".

Dignificar al ser humano y arrancarlo cada día de las garras de los señores del poder, esa es una tarea que este hombre nos dejó y hay que repartirse la chamba para continuarla, él ya puso su granito, empecemos a imaginar el nuestro junto al suyo.

Para cerrar comparto como reflexión pero sobre todo como dedicatoria uno de sus textos; va para todos pero especialmente para los compas mexicanos: por los tiempos difíciles que tenemos y los que nos esperan, para que no nos detengamos y sigamos caminando. 

"Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca, ni un dedo fuera de la mano.

Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.

Ojalá podamos merecer que nos llamen locos, como han sido llamadas locas las Madres de Plaza de Mayo, por cometer la locura de negarnos a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria.

Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados.

Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego.

Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo”


Documentos


Me puse a ordenar la pila de documentos que vomitaban en mi escritorio y que ya estorbaban la visión de la pantalla de la computadora, los dejé que se amontonaran- supongo- porque había espacio suficiente y además quería tenerlos a la mano por cualquier ocasión en que me fuesen solicitados, así no tendría que hurgar en los otros dos lugares de la casa donde guardo todo tipo de papeles que son más viejos aún, que han perdido vigencia y utilidad pero no por ello importancia. 

No hace falta escribir una lista de razones para dejar que los documentos se acumulen en los espacios de uso cotidiano si se tiene presente que a la gran mayoría de los lugares a los que vamos y en los que nos movemos, sólo se tiene acceso mediante aquellos papeles y credenciales que nos identifican, que contienen los datos necesarios que le hacen posible a otro nombrarnos y reconocernos: "El papelito habla", suelen decir, y a su vez nosotros dejamos que hable por nosotros. Visto de esta forma (a la que no pude evitar llegar), me parece una tragedia, una barbarie incontrolable que me hizo preguntarme en qué término queda la palabra cuando esta se encuentra comprometida a un pedazo de papel, cuando de él depende que no seamos tomados por farsantes, mentirosos, locos o impostores. 

Es como si estuviéramos atrapados en cada uno de los cuatro lados de un oficio, un informe o un diploma; es en estas demarcaciones, en esta burocracia de papeleo de donde cuelga nuestra visibilidad, de la que depende que seamos cuerdos y calificados para ciertos trabajos, que dan testimonio de que tenemos un nombre, una dirección o que poseemos buena o mala salud; es eso lo que dicen de nosotros y es lo que los otros toman de uno. Mis padres colocaron mi título universitario en la sala de la casa, sé que están orgullosos de ello pero sé también que esa hoja enmarcada no soy yo, no me representa y no dice mucho de mí. 

¿Cómo hacer para que antes que el documento sea verídica la mirada o la palabra?, ¿cómo lograr que de ello no dependa la imagen que de mí se hace otro, ese otro que siempre parece tener necesidad de revisar, validar y comprobar mis documentos? 
¡Nada!, una lucha diaria, una tarea constante para que los actos y las palabras estén por encima de estas cosas que puedo quemar para que no se sepa mi identidad, porque no es posible que valgan más, que tengan la última y también la primer palabra. Si bien ambos, tanto la palabra como el papel son efímeros, no debíamos construirnos bajo techos materiales.
Lo que digo no significa que esté necesitada de ser reconocida o que esté pidiendo a gritos que sólo haya buenas referencias de mí, que quiero que los demás me vean con buenos ojos, es que en ese momento en que estuve rodeada de sin fin de carpetas, de hojas sueltas y engargoladas, reconocí cierto miedo y repugnancia al mirarme como un número de registro, un número de turno, una hoja sellada y firmada.

Hallé documentos escolares, recibos de luz, millones de copias del acta de nacimiento, del curp, una pila de currículums impresos que bien tapizarían las cuatro paredes de la recámara, millones de hojas basura que había estado rehusando tirar por desidia, por evitar deshacerme de cosas al calor de un momento del que tal vez después llegara a arrepentirme, porque luego- pensaba- tal vez luego, los necesite- pero habían estado ahí cerca de tres o cuatro años acumulándose, aumentando la pila, recordándome que para ciertas cosas en esta vida se requiere de un trámite.

Primero separé aquellos que decidí que aún debo tener de los que ya carecen de razón de ser, también dejé aquellos en los que gasté varias horas o días de mi vida dedicada a obtenerlos; al final no me sorprendió que la pila mayor fuera la de los documentos inservibles, los que sólo me "enchinchaban"; me detuve en aquellos en donde había anotado citas de libros, también los tiré pero no los rompí, pensé que tal vez alguien los hallaría. Por lo menos había encontrado entre todos los papeles esta idea romántica para entretenerme.

-Documentación, documento, documentar, docs: para actos, fechas, conclusiones, eventos y sucesos- dije mientras rompía en pedacitos y con todo placer los inservibles. ¿Qué o quiénes somos sin documentos, si hasta la muerte y la vida deben quedar registradas? me lamento por esa omnipresente definición burocrática de nosotros, de la que hasta los animales no se salvan. Pienso en los tantos días gastados en obtener documentos que luego quedarán archivados en viejas cajas de oficinas gubernamentales formando parte del archivo muerto, como muerto también lo estará uno; es así como es, es así como funciona.

Al enfrentar todos esos papeles me pareció que también enfrentaba la definición que ellos hacían de mí, lo que querían decir de mí y que otros toman. Lo vi como un ring de lucha libre, en donde en una esquina está ese que los documentos dicen que somos y en la otra el que en realidad somos; aunque nunca sepamos bien quién es ese que somos, le voy en todo momento a este último porque siempre será el más real.

Terminando de separar, romper y limpiar, me quedé con muy pocas carpetas sobre el escritorio, están sólo los documentos que aún considero prudente que se queden. Habrá que ver qué tanto comprometí mi existencia allá afuera.
Él me pidió que lo dejara amarme
pero yo no soy nadie para atreverme a lastimarle
Si yo pudiera amarle, lo amaría como se debe 
con violencia y sin pausas, provocando todas las causas
entregándole esta enmarañada alma

Si hubiera elección, si a partir de ahora tuviera opción
a ciegas elegiría amarle, amarle con desmedida, 
gastando toda mi impúdica vida

No quede duda que yo le amaría
que hacia él es donde iría
porque merece hasta los llantos y los arrebatos
merece todas las risas y todas las guisas
le compartiría tentaciones y ramificarían en él las pasiones

Y se merece la furia y la caricia, se merece la ternura
y la existencia sin cordura, la compañía eterna del total frenesí
Sin mesura se merece los besos y todos aquellos nacientes versos
y se merece la palabra viva y la palabra perpetua

¡Si que le quiero!, le quiero inmensamente y le admiro
ha sido sin reparos el regazo más cálido que haya conocido
posee él un corazón decantado
por eso se merece todo lo que hasta ahora de 
bienaventuranza no haya nombrado
todo y cuanto más ya no alcanzo a imaginar
merece todo lo que ni a él ni a nadie le sé dar.


Vértigo sobre una hamaca

Hacer el ejercicio de posarse sobre una hamaca y proceder a balancearse, primero muy quedo de tal manera que se vaya tomando ritmo en el mecimiento y empezar a sentirse a gusto en ella. Se recomienda elegir un espacio al aire libre, donde pueda admirar todas las cosas y las personas que el animo y el clima le permitan e inciten, donde no sienta que la tarea será perturbada pero si acompasada por otras tantas a su alrededor, eso le brindará un ritmo por demás cadencioso, como el de una melodía que el músico comienza a tocar con una guitarra y de poco en poco se va convirtiendo en una canción cuando se unen a ella más músicos con otros tantos instrumentos.

Una vez instalado en tal escenario, comience a mecerse con más y más fuerza, con gran potencia, tanto como quiera y le sea posible. Para llevar a cabo este punto puede hacerse acompañar de otra persona que le ayude a elevarse y le empuje cuando sienta que ha perdido altura, que se encargue de que el momento dure un poco más, siempre un poco más de lo que se quiere y se espera, porque la primer condición para llegar hasta el vértigo es precisamente esa, el tiempo que logramos mantenernos arriba.

Elévese lo bastante como para sentir que ya no puede regresar al suelo, que ese estado es permanente y que el tiempo se acumula en ese instante que con toda intención ha provocado. 

Mientras gana altura los brazos le obligarán a sostenerse con más fuerza o a dejarlos libres posicionándose cual alas, emulando esa sensación de volar que le lanza fuera de todo, lo dispara fuera del espacio en el que se encuentra, fuera de las barreras que la frontera de lo cotidiano instala en el pensamiento. Este momento vendrá según se sienta la necesidad y el gusto por la emoción, pero sin duda alguna comenzará a aparecer la adrenalina, se repartirá por todo el cuerpo y se manifestará en gestos de todo tipo:
una sonrisa o carcajada, ojos cerrados o abiertos respondiendo al pasar incontrolable de la imágenes, gritos y expresiones que emanan propios de la sensación, o tan sólo se instalará el silencio como contemplación, como gesto inequívoco, como el lugar que se ha estado buscando por todas partes y se ha encontrado al fin. El acto es comparable a estar en un juego mecánico de algún parque de diversiones, en donde a uno lo conducen en giros violentos y deleitables (percibidos así si gusta de tales emociones), pero donde el vértigo viene como algo mucho más efímero, algo que termina con el turno en el juego.

Llegado a este punto sienta como los sonidos y las imágenes se mezclan, vienen todas sin poder diferenciarlas pero por demás perceptibles, conjugando el espacio, armando una serie de ritmos y una vista que es invisible para todos aquellos que comparten con usted el lugar pero no la perspectiva. Sienta volar los cabellos y como las manos se aferran o se sueltan, seguramente los pensamientos se pondrán en stop o aparecerán en gran cantidad para asociar el momento con otros que le causaron una sensación similar. 

¡Ya lo tiene, ahí está! es este el punto que buscábamos. 
Este vértigo puede llegar a ser desmedido cuando se une con otros vértigos, como por ejemplo el vértigo que sintió cuando estuvo a punto de hacer algo pero no se atrevió, el vértigo que viene con la primera ocasión para todo, el vértigo que sintió en un momento de peligro o cuando algo lo impactó de tal manera que le costó reaccionar. Es necesario apuntar que no necesariamente se asociará a ocasiones agradables.

Esta experiencia, bien vale decirlo, se vuelve más placentera si hay mucho viento o llovizna, la idea le parecerá un poco romántica, como una escena cursi de película, pero vale la pena intentarlo; el aire y las gotas de lluvia agregarán un sentido particular, mucho menos posible de poner en palabras tomando en cuenta que ya es de por sí indefinible el acto de despegar los pies del suelo y no encontrarse ni abajo ni arriba, en un espacio en el que comúnmente no se piensa pero que existe, no se está ni en el suelo ni el cielo, porque el vértigo que se obtiene de aventarse en paracaídas de un avión, viajar en él o en globo aerostático tiene que ser, sin lugar a dudas, diferente.

Es importante hacerle saber que la inercia del balanceo le llevará a levantar la mirada hacia arriba, a contemplar la majestuosidad y potencia del azul en las nubes, sus movimientos y formas, se dará cuenta de la capacidad que estas tienen para darnos conciencia de cuán pequeños somos. Aquí vendrá otro tipo de vértigo, uno que por ser de orden diferente al que inicialmente nos reunió, se explicará a detalle en otra ocasión.

*Texto de la semana en Revista Golfa.

Conversación con una fotografía


Hoy me pasó algo curioso. Estaba en medio de la calle Madero en el corazón del Distrito Federal, el hecho de que sea fin de semana la hace más transitable, más caótica pero también más hermosa y más llena de vida; con esa dualidad entre lo viejo y lo nuevo que siempre me ha fascinado, esos tantos artistas anónimos que la hacen ser. De verdad que no es lo mismo sin los músicos, las botargas, los letreros de abrazos gratis, las actuaciones, el bullicio.

Pienso que fue el calor del medio día, mis labios resecos eran visiblemente notorios, si te contara ¡la sed que tenía!, seguro recuerdas que no puedo estar mucho tiempo sin líquido, soy como un pez. Pero no quería comprar nada ahí cuando podía conseguir una botella de agua por un precio mucho menor hacia los alrededores del Zócalo, todo en la zona es más caro debido a las tiendas y a la fluencia de extranjeros.

El punto es que estaba mirando la puesta de un grupo de actores cuando te vi pasar, te miré de espaldas, ibas justo hacia el Zócalo; formal como siempre, distraída, con tu andar lento y la mirada en el asfalto como si contaras los pasos, eras tú, no tenía duda.

Me alegré muchísimo y corrí para no perderte de vista, con tanta gente era muy difícil pasar, por un momento pensé que te perdía pero afortunadamente no lo hice, te llamé de la manera más eufórica pero…

No eras tú, aquella chica en realidad no eras tú. Mi sonrisa se desvaneció al instante, sumado a que me sentí como un verdadero tonto; fue gracioso, bueno al menos ahora lo es, en el momento no lo fue tanto.

Le pedí disculpas, primero me miró extrañada y luego como si estuviera loco pero no dijo nada y se fue, lo cual me hizo sentir aún más tonto. Estaba tan seguro de que eras tú.

Ya te harás la idea de las ganas que tengo de volver a verte que hasta creo encontrarte en donde ni siquiera estás. Bueno, eso y digamos que también tuvo que ver mi deshidratación.

¿Te parece raro que te diga todo esto? Seguramente, pero es que todo me ha hecho una persona más vulnerable; lloro, a veces lloro, pensaba que sólo podía hacerlo por los demás pero resulta que también lo hago por mí, por mí mismo y mis deseos que no concuerdan en ningún punto con la realidad.

¿Eso significa que de algún modo me compadezco o que me tengo lástima? Pienso que ambas, más lo segundo que lo primero.

¡Vaya!, ahora formulo y contesto mis propias preguntas, no lo había notado. También ayer me di cuenta de que paso más tiempo oliendo mi libro nuevo que leyéndolo. Caí en la cuenta mientras lo tenía sobre mi cara, con la nariz pegada a él. Me reí mucho, tú también lo hubieras hecho si me hubieras visto.


*Este texto es también de hace un tiempo pero jugué un poquito con él y ahora tiene otro personaje. Publicado en Revista Golfa.

Suscripciones erróneas

Recibo el periódico todos los días desde hace poco más de seis años y por lo que me ha dicho el repartidor, comparto esta tradición en el vecindario sólo con dos de mis vecinos; si bien los tiempos dan para leer las noticias en internet y saberlo todo casi en el momento en que pasa, nunca me ha parecido tan bondadoso como el recibirlas en papel, entre otras razones porque recorto y colecciono las noticias que me causan gran impacto, las adapto y transformo en historias de corte policíaco para un libro que ha estado en pausa por ya no sé cuánto tiempo debido al trabajo y mi carente imaginación de estos meses para escribir, de no ser por el periódico tendría ahora un muy buen argumento para terminar de convencerme de que no sirvo para esto.

Me suscribí a este periódico en particular por que no se valen del espectáculo con noticias amarillistas o manipuladas para ganar lectores y porque además, las páginas son usadas en su mayoría con el fin de dar cabida a la información, estando segura de que no me toparé en alguna página con “la chica de la semana” en un diminuto bikini tratando de provocar de una manera diferente al lector, en especial al del género masculino. Aquí podría exponer mis argumentos como mujer al respecto, pero por lo menos en esta historia no hay espacio para detenerme en ello. Otra de la razones, es que recibía un suplemento de Literatura cada mes, y digo recibía porque lo cancelé cuando me enteré de algo que cambió mi lectura del mismo y mi percepción de la relación que tuve con un poeta que solía publicar ahí.

Conocí a Julio Manríquez cuando estudiábamos juntos en la Facultad de Literatura y estuvimos juntos por un largo tiempo, tanto, que ya habíamos considerado el matrimonio; esa fue la señal de que la relación ya estaba perdida y que lo único que nos unía era costumbre y una cierta esfera de comodidad en la que nos habíamos instalado sin querer pero que ya habíamos aceptado con resignación; ambos reconocimos que la idea del matrimonio provenía más de todo eso que del amor y nos separamos quedando en buenos términos.

Julio publicaba algunos de sus poemas en el suplemento del periódico, y siempre tenía la costumbre de ponerles dedicatoria, nunca faltaba ese en donde se leía: “a E.” y yo supuse que eran para mí, abreviatura de Elena. Me sentía halagada, pensé que lo hacía en memoria de los buenos tiempos y que era su forma de decir que había un cariño que iba a permanecer siempre. La verdad me gustaba llegar a esa sección y encontrar la dedicatoria en algún poema.

No nos hablábamos mucho desde entonces, cada uno estaba en sus asuntos pero de vez en cuando intercambiábamos correos para saludarnos y hacernos alguna recomendación de cualquier cosa o lugar que nos hubiera interesado, por eso el choque fue brutal con lo sucedido un tiempo después: Julio Manríquez falleció.

Lo publicaron en ese mismo periódico, decían que había estado en una trifulca de borrachos en un bar y alguien le dio un golpe del que ya no despertó; no era típico de él meterse en problemas pero si buscar la bebida y mientras el alcohol fungiera su papel, Julio como toda persona en estado etílico no pensaba, sólo hacía. Me pareció una tragedia que la vida a la que tanto se aferraba se le hubiera ido así, quedando tan inconclusa, tan llena de puntos suspensivos. Pero no sólo me enteré de esto por la nota, supe también que estaba comprometido y tenía planes de casarse el próximo año con una mujer llamada Edith, quien en una entrevista publicada en el mismo espacio contaba todos los planes que tenían y explicaba lo que pasaría con los textos que dejó sin publicar; afortunadamente él había hecho un borrador de testamento en donde expresaba su voluntad al respecto. Tal vez presintió la muerte o tal vez sólo apeló a su juicio de hombre precavido.

Comencé a pensar en algunos momentos que había pasado con él, como si se tratara de una remembranza o de una película de su vida, lo recordé escribiendo y leyéndome sus poemas sentado en mi escritorio, leí vorazmente todos los publicados en el suplemento desde la primera edición, pero entrada en la cuarta me detuve, empecé a hilar todos los hechos: Edith, ella se llama Edith, ella también puede ser “E.” ¿y si era así?, ¿si en verdad todos los poemas eran para ella y no para mí?

Fue una duda que no pude quitarme de la cabeza por bastante tiempo y cuando ocurrió el funeral aumentó; me presenté ante Edith como una amiga cercana de Julio y ella dio muestras de no tener ni idea sobre la relación que mantuvimos, ¿cómo podía yo preguntarle sobre algo que parecía ya no tener ninguna importancia en ese momento? Tal vez ella tampoco sabía que yo existía y también daba por sentado que la dedicatoria era suya; sé que suena a una obsesión sin sentido y por demás ridícula, pero el hecho de descubrir que los poemas eran para otra persona significaba reventar una burbuja que yo misma me había fabricado en la mente, pero sobre todo, el caer en la cuenta de que me había adjudicado las memorias de otros, es decir, las de Edith y Julio, que para nada tenían que ver con las que en su momento yo había construido con él; por eso, haber asumido tanto tiempo que los poemas eran para mí, me mataba.

Si él aún estuviera vivo ya le habría reclamado el no haber tenido la delicadeza de dejar en claro a quién se refería, porque es que tuvo que haber pasado alguna vez por su cabeza la idea de que podría surgir una confusión ¿o no?, o lo había hecho a propósito como una especie de juego queriendo matar dos pájaros de un tiro o en realidad sólo era yo, una parte de mí deseando que esos poemas se refirieran a mí. No lo sabía y nunca iba a saberlo, por lo que mis preguntas carecían también de sentido; en todo caso no era algo que tenía que haberme aclarado porque no había motivos a excepción de mis dudas.

¿Cuántas personas se han atribuido algo para luego darse cuenta de que en realidad no era suyo? millones supongo, pero el desencanto para mi significaba haber estado instalada en el pasado, retornar al pasado y sentir que era permanente porque existía ese momento en el que leía un poema; dar por hecho que eran para mi era saberme ligada a una persona y sólo por esa parte no me lamentaba.

Cancelé la suscripción porque sabía que seguirían publicando su trabajo por un tiempo más y ya no quería leerlo, no al menos hasta que dejara de recordarme esa marca que yo le había dado. Después de todo, cualquier mujer que haya mantenido alguna relación con Julio cuyo nombre comience con E, puede adjudicárselos.

*El texto de la semana en Revista Golfa.