Demonios

Tantas veces hubiera querido estar en dos lugares al mismo tiempo, partirme en dos o más y no perderme los momentos en los que alguna persona muy amada o apreciada por mí, me esperaba para compartir algo importante en su vida. ¿Porqué no tenemos esa capacidad?...

¡Ya sé!, más que desear absurdos, debiera condenar mi escasez de coraje para mandar todo al diablo por un día o varios, y hacer cosas que no sean consideradas productivas, que dejen de preocuparme las repercusiones y los regaños de un jefe o un padre. 

Extraño tanto a mi abuelo, hubiera querido más tiempo con mi viejo, pero los deseos conjugados en el modo "uno ya no regresa de la muerte" no sirven de nada por más suspiros y llantos que se exhalen; no al menos en la vía palpable, en el contacto físico, porque me he quedado con tantos abrazos y tantos besos que hoy están tristemente guardados en la oscuridad de la caja de tesoros que de niña construí. 

Algún día, alguien tiene que propagar la conciencia e inventar la cura para que dejemos de dar por hecho que todas las personas están, y mientras lo queramos se van a quedar, aquélla cosa llamada tiempo es implacable y no tiene perdón de nadie.

Me duelen todas las personas que mueren, los torturados y censurados. Me duelen las injusticias, los niños asesinados y las mujeres ultrajadas en guerras... guerras, me duelen las guerras. 
Me duelen los que al morir están solos y ni en el último suspiro a alguien tienen, me duelen aquellos que de hambre mueren. Me hiere este mundo de cambio y oferta.

Estoy obsesionada con el pasar del tiempo, con los momentos perdidos y los no sucedidos, con la muerte y sus vilezas, con las tristezas, las simplezas y las imposibilidades de este mundo... pero eso tal vez, ya se habrá notado.

Se marchan los poetas del mundo

A los poetas y escritores que recientemente nos han dejado, 
y a los que desde hace siglos se han venido marchado. 


Los poetas ya no quieren ser de este mundo, aprovechan las noches y a veces las madrugadas para fugarse, para irse sigilosamente; y cuando uno corre las cortinas, además del día, se encuentra con el desconsuelo de la reciente partida.


Dejan sus perfumes, sus letras y sus creencias, se van desposeídos a buscar otras vías, a revivir a otros muertos en vida.


Nos dejan desamparados, nos dejan con un hueco en el alma, y hay que hacerse un menjurje con sus escritos y versos para que de principio amortigüemos el golpe, amansemos el dolor y con el tiempo, no terminemos abandonándonos a la penumbra de la nada.


Han empezado los poetas a irse corpóreamente del mundo, y esto parece el apocalipsis de la tierra. 

Se han revelado, 
propio de ellos; 
no es que estén cansados de habitar aquí... 
o quién lo sabe.

"Que se me vaya todo, menos los poetas, que me quede sin nada menos sin su presencia; ¿qué va a ser de mi si se me van los poetas, qué vendrá sin los hacedores de lo invisible, los amantes de lo oscuro y de las letras?"- He ahí una voz sollozante que se ha enterado que se están marchando los poetas. 


Dicen los rumores que se están yendo porque ya han hablado de los amaneceres en esta tierra, de la luna y sus susurros, de las historias de las calles, de los amores eternos y frustrados, de lo que los ojos pueden divisar desde lo alto de una roca.

Dicen, que ya han versado sobre lo aquí que entendemos por efímero y perdurable, y que por eso se van, por eso se marchan a otras realidades paralelas a esta, donde encuentren otras cosas que no tengan nombre y donde rebauticen a las que ya lo tienen y se inventen un nuevo vocabulario, y se formulen otros dolores y otros placeres, otros cansancios e infinitas rebeldías, donde se revelen contra otras cosas tomadas por verdades, donde haya que inventar otras posibilidades que no sean terrenales y palpables, que les llenen el cuerpo con otras revelaciones, donde los secretos todavía sean sorpresa para la gente. 

No es que todo esté dicho ya, no es que todo ya esté escrito y no haya nada más que creer y crear, pero hay tanto más que se puede conocer y por lo cual desfallecer.


Los poetas andan diciendo adiós, ya se van del mundo, ya no quieren ser del mundo, ya no pueden ser del mundo; 

y es que acaso nunca han pertenecido por completo, 
pero vinieron a morarlo para reconocerlo y desnombrarlo, llenarlo de perplejidad que pudiera ser tomada cual bocadillo en un sin fin de versos.

Lo que ellos no saben, lo que no alcanzan a imaginar, es que cuando se van, en realidad se quedan, cuando dicen adiós ya nada pueden hacer, porque sus versos y sentimientos ya están vaciados en los centros de las plazas, en las banquetas y carreteras, en la arena y las playas; pero sobre todo en los lectores, en los primeros y en aquellos que después de muchos años, ya están próximos a alcanzarlos.


Los poetas ya no quieren ser de este mundo, han armado una trinchera, han echo una revolución en consecuencia a su revelación: "Hay que inundarse los ojos con otras vidas y otras cosas desconocidas", ya lo hacían en sus letras y ahora prueban con su materia.


Los poetas están abandonando este mundo, se destierran de este cielo y de esta tierra; de esta posibilidad de inagotables promesas; dejando por doquier huérfanos, abandonados, desconcertados...

"estoy huérfano de ti pero no de tus letras, estoy tan falto de ti, pero no de tus tragedias."

Los poetas ya se van de este mundo, por aquí pasaron y es verdad; aunque se vayan, es aquí donde se han quedado.


La rutina:

Esa línea ya trazada que siempre evitaste seguir, el juego que juraste nunca jugar. 
¡Mírate!, caminas en una sola dirección, y privas a la vista del placer de observar a todos lados y de inventar paisajes propios como solías hacerlo. 
-¿Por qué hacerlo? o ¿Para qué hacerlo?- cuándo lo preguntas te desconozco, y cuando respondes, me das miedo: 
- Conozco bien lo que hay durante el trayecto, sé a donde llegar y cómo hay que regresar-. 

Tus ojos se habitúan a los mismos colores y formas, tus pies reconocen las mismas piedras, se acostumbran a andar y desandar los mismos puentes y avenidas. A una pequeña niña abandonada me recuerda tú sensibilidad: olvidada o tal vez, sólo perdida. 

¡Qué tedio!, te has sumado un puñado de simpleza y te has restado cantidades de asombro: Todos los días la misma cosa a la misma hora, como un ritual: red para peces embrutecidos.

Pero te has dado cuenta, la realidad te ha golpeado la cabeza y reconoces la hipnosis; te ha pellizcado la piel y te ha hecho recordar que estás viva, que sientes, te pide a gritos: ¡Que ya despiertes, que regreses!; porque ella, no eres tú.


* Esto lo escribí hace ya muchos meses (marzo 2013) y no lo recordaba, tal vez nunca hubiera recordado su existencia y que lo había publicado en otro espacio sino me lo hubiesen recordado. Volver a él y leerlo, ha sido un retorno y una alerta, para que justo en este punto en que puedo volver a caer en el tedio, me ponga repelente ¡ya!, enseguida. 

Nota al pie para el lector y como humilde sugerencia: ¡Ponerse repelente contra el tedio todos los días!

Temporalidad

Hagamos los honores al presente, 
eso que muere de un chasquido, 
eso que es y no es un parpadeo, 
eso que la presencia se devora de un bocado.

No tiene que ver con el reloj, 

no está delimitado por las horas 
y su exactitud, tiene que ser algo más... 
¿existe o no? 

Cuando digo presente, ya no es, termina en pasado, 

cuando hago presente, se fuga tan líquido.
Qué soy más que mis pasos en eterna batalla con lo efímero.


La interrupción suicida

“Consumamos el placer, agotemos la vida en la vida,
     muera la muerte infiltrada en rapsodias langurosas, 
infiltrada en pianos tenues y banderas cambiantes como crisálidas”
— Vicente Huidobro


Una voz se había atado a una roca dentro de una habitación, ocupada estaba ideando su suicidio, cuando llegó la mirada a sacarla de su inconsistencia y la llevó a rastras a pasear. 

Al estar fuera, la mirada se convirtió en un hilito que iba saliendo de un carrete con desdén y a veces dejaba retazos por las ventanas de un auto o por las del transporte público. 

Ella hacía que llovieran a cántaros los pensamientos, que se pactaran incesantemente con los del resto de la ciudad.

Mientras avanzaban, la voz veía un ramillete de anuncios, pregones anunciados por las voces de paso; quiero decir de paso para quien no permanecía ahí, para quien sólo paseaba casualmente por el lugar con afán de filtrarse los vacíos.


Las otras muchas voces que andaban sobre las aceras hacían ritmos grises o de muchos colores, algunas estaban impregnadas con sonrisas de máscara.


Había tanto que ver, tanto que la voz había pasado por alto, que deseó de pronto que los sonidos se congelaran para poderlos captar, sentía que se perdía la mejor parte de los mejores; todo era tan rápido y de la misma forma se terminaba, todo había que mirarlo y escucharlo con rapidez pero a detalle para recordarlo, ya que no había nada que pudiese regresarlo. 


Aquello la hizo pensar que era inútil querer aplastarse a sí misma, puesto que el aplastamiento le podía ocurrir en medio de ese torbellino funesto de ires y venires y de un cavilar sin control. Todo cuanto pasaba por aquí era propenso de aplastamiento y aunque uno no lo desease, lo machacaban hasta dejarlo sin aliento.


Volviéndose hacia su amiga la mirada, que se encontraba distraída observando a una voz chillona que intentaba atarse los zapatos sin poder conseguirlo, le dijo: 


"A veces soy de cuerda, a veces necesito cuerda para poder andar y no quedarme demasiado tiempo ensimismada, tal vez eso sea."


En eso estaba la voz, cerrando los ojos y apaciguada en medio del barullo entre el sonido y el silencio, que no vio venir un grito de pregón que avanzaba a toda velocidad hacia ella y que fatídicamente la aplastó para después y sin parar, continuar su camino sin siquiera darse la vuelta para saber si la había herido.


Le había lastimado el tono, sangro mucho pero la mirada pudo recogerla enseguida y llevarla al hospital. 

En el camino, la mirada por fin le soltó las palabras que había estado aguardando para decirle al final del paseo, y que en vista de lo sucedido, no vio porqué guardar más: "En realidad eres más leve de lo que crees, basta con que otro ruido venga y te aplaste para que ya no existas, para que te vuelvas invisible."

Cuando estuvo mejor la llevó a su casa para que reposara, pero la voz no quiso quedarse a descansar, pensó que si había que desfallecer un día, había que extinguirse junto con todo, no pensando en querer aplastarse ni en el momento en que alguien pudiese hacerlo. 

Después de todo- pensó- vivir siempre es el riesgo a todo, y querer morir, es tomar el atajo que sacrifica la parte entretenida.  

El hacedor de la ciudad

Si lo vieras, si tan sólo lo vieras, empalmado en la banca como si perteneciera a ella, un día de estos le van a brotar raíces de tanto habitar sentado ahí, conciliándose como uno con el lugar, contemplando a las palomas que se acercan correteando un puñado de migajas de pan; observando a la gente como si intentara memorizar los rostros, los gestos, la manera de andar.

Parece que se aferra al respaldo, al suelo y al día para estar a salvo; se hizo un cobijo del mundo con un pedacito del mismo, y lo nominó lugar de trabajo.


Le da lo mismo si alguien se sienta a su lado a ser compañero de la misma actividad, o si le preguntan la hora o le tratan de conversar, puesto que nada puede interrumpir y cortar la tarea, todo es una posibilidad de hilvanar y formar la ciudad; de cambiar nombres, de colocar sonidos por acá e imágenes por allá. 


No precisa que los demás lo vean para que él vea a los demás. Minuciosa actividad es la de fantasear, se requiere armonía, poder desarmar todo y acomodar las piezas como mejor parezca, pero que convengan y favorezcan al paisaje.


Por eso Don Lino dedica la mayor parte de su tiempo a ello, es sólo por las noches que se marcha, para regresar muy temprano a mirar gente, a continuar con su lectura, alimentar a las palomas, hacerse de memorias para coserlas con diferentes colores y texturas.


Si tan sólo lo vieran, se dedica al más bonito oficio; desde ahí se formula los eventos, atrapa conversaciones y teje con hebra las historias: Recorta la plática de una pareja y la pega a otra, extrae la risa de una niña y se la coloca a un hombre mayor. A una mujer le tiñó el cabello de verde fulgor.

Está armando la leyenda: inventa las posibilidades de las personas en las calles y de las calles en las personas, al final del día, tiene un nuevo capítulo de la obra.

Es el hacedor de la ciudad, la extrae y la vuelve a armar, el imaginante, el extraño que no necesita indagar nada para imaginarlo todo y un poquito más. 

Se pregunta si a la chica que pasea al perro, le gustará el nuevo vestuario y la gran estatura que le acaba de colocar. Casi que está mirando la reacción del señor del carrito de los helados al oír la melodía que ahora le anuncia, y que hasta hace un momento era la del cilindrero de la esquina. El niño que anda en patines y que ahora recorre veloz sobre las ruedas de la pequeña bicicleta de la niña de trenzas. Toma los sabores del carrito de helados...
el color del cielo ya es del color de un helado de nuez. 

¿Qué sería de la ciudad sin su hacedor? 
Espero que ni un día llegue a faltar, porque de ser así todo estará tan matizadamente sobrio, tan extrañadamente igual, está claro que tanta usualidad nos llegaría a fatigar. 





Del secreto

Nos acoplamos entre pausas y fatigas,
estamos confinados,
quietos frente al acantilado del mundo,
un silencio que emana del todo y otro más de la nada,
palabras retrasadas, palabras escondidas que no
pueden ser dichas.

Ocupo la habitación contigua a la que hospeda 

a la fantasía, esa que seca las ganas de instinto 
irracional para no construir paredes que puedan lacerar.
Por eso se llama deseo, algo que camina
de pies a cabeza y uno no logra conciliar.

Algún día no habrá más que hojas secas,
algún día una tumba clandestina y un pequeño
epitafio testigo puede ser todo lo que quede del amor,
por eso ato con cuerda mi veneno cuando
acechan el tiempo y los años,
hay tantas veces que accedo a soltarlo,
pero regresa sin siquiera provocarlo.
¿Es eso el signo de la pertenencia?,
aquello me susurra que puede tratarse de mi morada.

Acaricio el recuerdo de lo no sucedido, 

la memoria de inventivas escenas como piezas de anecdotario.
Quizás no tenga las agallas y la fuerza para hacerme
llevar por ellas,
quizás las hundo en lo más recóndito de mi despistada presencia,

pero no por ello no quisiera que salieran,
que fueran.

Sostengo que no tengo más que una vehemente imagen 

del pasado, un semblante de la existencia,
y de eso me construyo indefectibles creencias...
lo veo, tal vez, pueda ser.

Clandestino

Vaya a saberlo querido hermano,
su voluntad de volver a la raíz, tiene que ser
más grande que la que lo hizo partir,
porque su corazón se encuentra de este lado,
pero aquí las cosas no son más livianas;
el peso de la vida es equivalente al de las entrañas.

De una gente la separación es el idioma,
de la otra las distancias y la tierra.
Eres el alejado de todos,
el que anda pasos de cautividad,
dando cuenta que aquí y allá,
de ambos lados hay soledad.

Tienes que saber que la monotonía
también es algo que aquí quema,
una linea que divide la tierra no nos ha diferenciado,
lo que está signado de este lado,
son los hombres y mujeres deambulando,
que madrugan y trasnochan por el diario bocado.

Aquí también los deberes y los trabajos
se lo comen a uno, lo machacan como pobre hormiga,
lo malviven y rematan como pobre baratija.

Es justo que sepas, que acá también hay ordenanza,
que todo está oloriento a carencia, pero con tonos
de esperanza.

Debes saber que aquí nada es diferente,
que acá también uno se pierde y se esconde
y se mece en los penares hasta sentir que se
deshace en las instalaciones de la nada;
al fin y al cabo qué es una frontera cuando
uno es humano de los dos lados.

Sépalo bien, hermano, que aquí también hay lucha,
que acá también uno se vuelve sombra,
pero también es curado al saberse pronunciado
y de nuevo mirado.

Aquí siempre se le espera y se le añora como
me atrevo a decir, nunca de ese lado.
Porque al fin y el cabo qué es una frontera cuando
uno es humano aquí y allá
pero de un lado siempre ha tenido su hogar.

Un cronopio

Yo conozco un cronopio, 
un tipo que me habló de la lluvia, 
de la mirada de un niño mendigo 
y de un hombre enamorado de la Maga.

Amante de las cosas pequeñas,

de las que son insignificantes a la prisa del mundo.

Encontrarse con él es armarse ligaduras, 

de esas que ni un buen hacedor de nudos 
sabría deshacer,
se va armando un nudito con conversaciones, 
que de tiempo y espacio, saben realmente rumores.

Nada es la vida y la muerte en los desvelos con Julio;

somos dos existencias equidistantes
prescindiendo de ademanes y lugares,  
porque es tan usual hallarlo en la rayuela, 
en una pipa o un poema,
en el silencio, en los amantes 
o en una banca de parque.

Julio es un abrazo y un refugio, 

una bofetada de reconciliación,
un árbol para trepar cuando el mundo 
tangible me quiere tragar,
el escondite secreto del terremoto de
lo efímero y material.
Torbellino enardecedor, 
porque cuando pienso en él, oigo su voz 
y sus palabras tienen adheridas esa
inconfundible acentuación.

"Hay que vivir combatiéndose", me dice,

y no hay más que escucharle para 
que mi melancolía cruja y mis sueños se aturdan.

Tal vez jamás nadie crea la existencia de tal hombre, 
pero basta asomarse a los compases de un buen jazz
para poder encontrarlo, para poder reflejarse 
en sus ojos claros que involuntariamente saben conjugarlo.

"Che, hay que vivir combatiéndose, es la ley",
me repite el enormísimo cronopio;
de quien cada día escucho historias sobre 
como exiliado de una patria encontró muchas más.

Un cronopio que de oficio es escribidor en los ruidos del viento, y que asegura este sólo se realiza al compás de contratiempo.