La distancia suele ser una consejera trastornarte. A veces suele decirme que te olvide, que más me valiera enterrarte que sufrirte; y otras tantas me dice que tengo suerte de saberte.
Tú: el extraño cuyo poder hace emerger tanto de mí, como si mis alegrías, preocupaciones, sueños y tristezas descansaran en ti, en tú regazo, en tus palabras.
La distancia es esa indescifrable maníaca que nos unió; y es también la maquiavélica sentencia constante de olvido, del continuo seguimiento de mi vida en la que a falta de tú cuerpo, hallo tú esencia.
La distancia es este punto, en el aquí y ahora donde te encuentro, donde me faltas, donde nunca has estado.
La distancia es la malicia que condena mi cordura, envolviéndome de duda, de paranoia; de perturbados porqués para seguir queriéndote, de malvadas razones para soltarte de mis pensamientos. Es ese punto donde quiero sentirte pero no estás; y es también el punto donde puedo desvanecerte: Un arrojo al vacío de ti.
Es aquello que me permite saberte aquí; donde existe la posibilidad de que todos los deseos nazcan; donde me habitas fuerte y silenciosamente en atemporalidad.
La distancia, la distancia, la inquebrantable distancia:
Una fuerza cuya locura consiste en unir dos cuerpos que saben reconocerse, aunque jamás se hayan tocado.
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