Él me pidió que lo dejara amarme
pero yo no soy nadie para atreverme a lastimarle
Si yo pudiera amarle, lo amaría como se debe 
con violencia y sin pausas, provocando todas las causas
entregándole esta enmarañada alma

Si hubiera elección, si a partir de ahora tuviera opción
a ciegas elegiría amarle, amarle con desmedida, 
gastando toda mi impúdica vida

No quede duda que yo le amaría
que hacia él es donde iría
porque merece hasta los llantos y los arrebatos
merece todas las risas y todas las guisas
le compartiría tentaciones y ramificarían en él las pasiones

Y se merece la furia y la caricia, se merece la ternura
y la existencia sin cordura, la compañía eterna del total frenesí
Sin mesura se merece los besos y todos aquellos nacientes versos
y se merece la palabra viva y la palabra perpetua

¡Si que le quiero!, le quiero inmensamente y le admiro
ha sido sin reparos el regazo más cálido que haya conocido
posee él un corazón decantado
por eso se merece todo lo que hasta ahora de 
bienaventuranza no haya nombrado
todo y cuanto más ya no alcanzo a imaginar
merece todo lo que ni a él ni a nadie le sé dar.


Vértigo sobre una hamaca

Hacer el ejercicio de posarse sobre una hamaca y proceder a balancearse, primero muy quedo de tal manera que se vaya tomando ritmo en el mecimiento y empezar a sentirse a gusto en ella. Se recomienda elegir un espacio al aire libre, donde pueda admirar todas las cosas y las personas que el animo y el clima le permitan e inciten, donde no sienta que la tarea será perturbada pero si acompasada por otras tantas a su alrededor, eso le brindará un ritmo por demás cadencioso, como el de una melodía que el músico comienza a tocar con una guitarra y de poco en poco se va convirtiendo en una canción cuando se unen a ella más músicos con otros tantos instrumentos.

Una vez instalado en tal escenario, comience a mecerse con más y más fuerza, con gran potencia, tanto como quiera y le sea posible. Para llevar a cabo este punto puede hacerse acompañar de otra persona que le ayude a elevarse y le empuje cuando sienta que ha perdido altura, que se encargue de que el momento dure un poco más, siempre un poco más de lo que se quiere y se espera, porque la primer condición para llegar hasta el vértigo es precisamente esa, el tiempo que logramos mantenernos arriba.

Elévese lo bastante como para sentir que ya no puede regresar al suelo, que ese estado es permanente y que el tiempo se acumula en ese instante que con toda intención ha provocado. 

Mientras gana altura los brazos le obligarán a sostenerse con más fuerza o a dejarlos libres posicionándose cual alas, emulando esa sensación de volar que le lanza fuera de todo, lo dispara fuera del espacio en el que se encuentra, fuera de las barreras que la frontera de lo cotidiano instala en el pensamiento. Este momento vendrá según se sienta la necesidad y el gusto por la emoción, pero sin duda alguna comenzará a aparecer la adrenalina, se repartirá por todo el cuerpo y se manifestará en gestos de todo tipo:
una sonrisa o carcajada, ojos cerrados o abiertos respondiendo al pasar incontrolable de la imágenes, gritos y expresiones que emanan propios de la sensación, o tan sólo se instalará el silencio como contemplación, como gesto inequívoco, como el lugar que se ha estado buscando por todas partes y se ha encontrado al fin. El acto es comparable a estar en un juego mecánico de algún parque de diversiones, en donde a uno lo conducen en giros violentos y deleitables (percibidos así si gusta de tales emociones), pero donde el vértigo viene como algo mucho más efímero, algo que termina con el turno en el juego.

Llegado a este punto sienta como los sonidos y las imágenes se mezclan, vienen todas sin poder diferenciarlas pero por demás perceptibles, conjugando el espacio, armando una serie de ritmos y una vista que es invisible para todos aquellos que comparten con usted el lugar pero no la perspectiva. Sienta volar los cabellos y como las manos se aferran o se sueltan, seguramente los pensamientos se pondrán en stop o aparecerán en gran cantidad para asociar el momento con otros que le causaron una sensación similar. 

¡Ya lo tiene, ahí está! es este el punto que buscábamos. 
Este vértigo puede llegar a ser desmedido cuando se une con otros vértigos, como por ejemplo el vértigo que sintió cuando estuvo a punto de hacer algo pero no se atrevió, el vértigo que viene con la primera ocasión para todo, el vértigo que sintió en un momento de peligro o cuando algo lo impactó de tal manera que le costó reaccionar. Es necesario apuntar que no necesariamente se asociará a ocasiones agradables.

Esta experiencia, bien vale decirlo, se vuelve más placentera si hay mucho viento o llovizna, la idea le parecerá un poco romántica, como una escena cursi de película, pero vale la pena intentarlo; el aire y las gotas de lluvia agregarán un sentido particular, mucho menos posible de poner en palabras tomando en cuenta que ya es de por sí indefinible el acto de despegar los pies del suelo y no encontrarse ni abajo ni arriba, en un espacio en el que comúnmente no se piensa pero que existe, no se está ni en el suelo ni el cielo, porque el vértigo que se obtiene de aventarse en paracaídas de un avión, viajar en él o en globo aerostático tiene que ser, sin lugar a dudas, diferente.

Es importante hacerle saber que la inercia del balanceo le llevará a levantar la mirada hacia arriba, a contemplar la majestuosidad y potencia del azul en las nubes, sus movimientos y formas, se dará cuenta de la capacidad que estas tienen para darnos conciencia de cuán pequeños somos. Aquí vendrá otro tipo de vértigo, uno que por ser de orden diferente al que inicialmente nos reunió, se explicará a detalle en otra ocasión.

*Texto de la semana en Revista Golfa.

Conversación con una fotografía


Hoy me pasó algo curioso. Estaba en medio de la calle Madero en el corazón del Distrito Federal, el hecho de que sea fin de semana la hace más transitable, más caótica pero también más hermosa y más llena de vida; con esa dualidad entre lo viejo y lo nuevo que siempre me ha fascinado, esos tantos artistas anónimos que la hacen ser. De verdad que no es lo mismo sin los músicos, las botargas, los letreros de abrazos gratis, las actuaciones, el bullicio.

Pienso que fue el calor del medio día, mis labios resecos eran visiblemente notorios, si te contara ¡la sed que tenía!, seguro recuerdas que no puedo estar mucho tiempo sin líquido, soy como un pez. Pero no quería comprar nada ahí cuando podía conseguir una botella de agua por un precio mucho menor hacia los alrededores del Zócalo, todo en la zona es más caro debido a las tiendas y a la fluencia de extranjeros.

El punto es que estaba mirando la puesta de un grupo de actores cuando te vi pasar, te miré de espaldas, ibas justo hacia el Zócalo; formal como siempre, distraída, con tu andar lento y la mirada en el asfalto como si contaras los pasos, eras tú, no tenía duda.

Me alegré muchísimo y corrí para no perderte de vista, con tanta gente era muy difícil pasar, por un momento pensé que te perdía pero afortunadamente no lo hice, te llamé de la manera más eufórica pero…

No eras tú, aquella chica en realidad no eras tú. Mi sonrisa se desvaneció al instante, sumado a que me sentí como un verdadero tonto; fue gracioso, bueno al menos ahora lo es, en el momento no lo fue tanto.

Le pedí disculpas, primero me miró extrañada y luego como si estuviera loco pero no dijo nada y se fue, lo cual me hizo sentir aún más tonto. Estaba tan seguro de que eras tú.

Ya te harás la idea de las ganas que tengo de volver a verte que hasta creo encontrarte en donde ni siquiera estás. Bueno, eso y digamos que también tuvo que ver mi deshidratación.

¿Te parece raro que te diga todo esto? Seguramente, pero es que todo me ha hecho una persona más vulnerable; lloro, a veces lloro, pensaba que sólo podía hacerlo por los demás pero resulta que también lo hago por mí, por mí mismo y mis deseos que no concuerdan en ningún punto con la realidad.

¿Eso significa que de algún modo me compadezco o que me tengo lástima? Pienso que ambas, más lo segundo que lo primero.

¡Vaya!, ahora formulo y contesto mis propias preguntas, no lo había notado. También ayer me di cuenta de que paso más tiempo oliendo mi libro nuevo que leyéndolo. Caí en la cuenta mientras lo tenía sobre mi cara, con la nariz pegada a él. Me reí mucho, tú también lo hubieras hecho si me hubieras visto.


*Este texto es también de hace un tiempo pero jugué un poquito con él y ahora tiene otro personaje. Publicado en Revista Golfa.

Suscripciones erróneas

Recibo el periódico todos los días desde hace poco más de seis años y por lo que me ha dicho el repartidor, comparto esta tradición en el vecindario sólo con dos de mis vecinos; si bien los tiempos dan para leer las noticias en internet y saberlo todo casi en el momento en que pasa, nunca me ha parecido tan bondadoso como el recibirlas en papel, entre otras razones porque recorto y colecciono las noticias que me causan gran impacto, las adapto y transformo en historias de corte policíaco para un libro que ha estado en pausa por ya no sé cuánto tiempo debido al trabajo y mi carente imaginación de estos meses para escribir, de no ser por el periódico tendría ahora un muy buen argumento para terminar de convencerme de que no sirvo para esto.

Me suscribí a este periódico en particular por que no se valen del espectáculo con noticias amarillistas o manipuladas para ganar lectores y porque además, las páginas son usadas en su mayoría con el fin de dar cabida a la información, estando segura de que no me toparé en alguna página con “la chica de la semana” en un diminuto bikini tratando de provocar de una manera diferente al lector, en especial al del género masculino. Aquí podría exponer mis argumentos como mujer al respecto, pero por lo menos en esta historia no hay espacio para detenerme en ello. Otra de la razones, es que recibía un suplemento de Literatura cada mes, y digo recibía porque lo cancelé cuando me enteré de algo que cambió mi lectura del mismo y mi percepción de la relación que tuve con un poeta que solía publicar ahí.

Conocí a Julio Manríquez cuando estudiábamos juntos en la Facultad de Literatura y estuvimos juntos por un largo tiempo, tanto, que ya habíamos considerado el matrimonio; esa fue la señal de que la relación ya estaba perdida y que lo único que nos unía era costumbre y una cierta esfera de comodidad en la que nos habíamos instalado sin querer pero que ya habíamos aceptado con resignación; ambos reconocimos que la idea del matrimonio provenía más de todo eso que del amor y nos separamos quedando en buenos términos.

Julio publicaba algunos de sus poemas en el suplemento del periódico, y siempre tenía la costumbre de ponerles dedicatoria, nunca faltaba ese en donde se leía: “a E.” y yo supuse que eran para mí, abreviatura de Elena. Me sentía halagada, pensé que lo hacía en memoria de los buenos tiempos y que era su forma de decir que había un cariño que iba a permanecer siempre. La verdad me gustaba llegar a esa sección y encontrar la dedicatoria en algún poema.

No nos hablábamos mucho desde entonces, cada uno estaba en sus asuntos pero de vez en cuando intercambiábamos correos para saludarnos y hacernos alguna recomendación de cualquier cosa o lugar que nos hubiera interesado, por eso el choque fue brutal con lo sucedido un tiempo después: Julio Manríquez falleció.

Lo publicaron en ese mismo periódico, decían que había estado en una trifulca de borrachos en un bar y alguien le dio un golpe del que ya no despertó; no era típico de él meterse en problemas pero si buscar la bebida y mientras el alcohol fungiera su papel, Julio como toda persona en estado etílico no pensaba, sólo hacía. Me pareció una tragedia que la vida a la que tanto se aferraba se le hubiera ido así, quedando tan inconclusa, tan llena de puntos suspensivos. Pero no sólo me enteré de esto por la nota, supe también que estaba comprometido y tenía planes de casarse el próximo año con una mujer llamada Edith, quien en una entrevista publicada en el mismo espacio contaba todos los planes que tenían y explicaba lo que pasaría con los textos que dejó sin publicar; afortunadamente él había hecho un borrador de testamento en donde expresaba su voluntad al respecto. Tal vez presintió la muerte o tal vez sólo apeló a su juicio de hombre precavido.

Comencé a pensar en algunos momentos que había pasado con él, como si se tratara de una remembranza o de una película de su vida, lo recordé escribiendo y leyéndome sus poemas sentado en mi escritorio, leí vorazmente todos los publicados en el suplemento desde la primera edición, pero entrada en la cuarta me detuve, empecé a hilar todos los hechos: Edith, ella se llama Edith, ella también puede ser “E.” ¿y si era así?, ¿si en verdad todos los poemas eran para ella y no para mí?

Fue una duda que no pude quitarme de la cabeza por bastante tiempo y cuando ocurrió el funeral aumentó; me presenté ante Edith como una amiga cercana de Julio y ella dio muestras de no tener ni idea sobre la relación que mantuvimos, ¿cómo podía yo preguntarle sobre algo que parecía ya no tener ninguna importancia en ese momento? Tal vez ella tampoco sabía que yo existía y también daba por sentado que la dedicatoria era suya; sé que suena a una obsesión sin sentido y por demás ridícula, pero el hecho de descubrir que los poemas eran para otra persona significaba reventar una burbuja que yo misma me había fabricado en la mente, pero sobre todo, el caer en la cuenta de que me había adjudicado las memorias de otros, es decir, las de Edith y Julio, que para nada tenían que ver con las que en su momento yo había construido con él; por eso, haber asumido tanto tiempo que los poemas eran para mí, me mataba.

Si él aún estuviera vivo ya le habría reclamado el no haber tenido la delicadeza de dejar en claro a quién se refería, porque es que tuvo que haber pasado alguna vez por su cabeza la idea de que podría surgir una confusión ¿o no?, o lo había hecho a propósito como una especie de juego queriendo matar dos pájaros de un tiro o en realidad sólo era yo, una parte de mí deseando que esos poemas se refirieran a mí. No lo sabía y nunca iba a saberlo, por lo que mis preguntas carecían también de sentido; en todo caso no era algo que tenía que haberme aclarado porque no había motivos a excepción de mis dudas.

¿Cuántas personas se han atribuido algo para luego darse cuenta de que en realidad no era suyo? millones supongo, pero el desencanto para mi significaba haber estado instalada en el pasado, retornar al pasado y sentir que era permanente porque existía ese momento en el que leía un poema; dar por hecho que eran para mi era saberme ligada a una persona y sólo por esa parte no me lamentaba.

Cancelé la suscripción porque sabía que seguirían publicando su trabajo por un tiempo más y ya no quería leerlo, no al menos hasta que dejara de recordarme esa marca que yo le había dado. Después de todo, cualquier mujer que haya mantenido alguna relación con Julio cuyo nombre comience con E, puede adjudicárselos.

*El texto de la semana en Revista Golfa.