Tierra de extranjeros




He tenido una idea sobre lo que tendría que desaparecer sin dejar huella, como si de repente me pareciera tener el tiempo escaso para decirlo.

He pensado en desterrar la indiferencia, en encontrar el modo de desenredarnos de tan corrosiva maraña que nos mantiene en este espacio entre cómodos y habituales ritos de ignorar al otro, de ignorarlo todo. Éste creciente terreno de inanidad, trae a cuestas tierras de autodisolvencia.

Encerrarse en una propia burbuja que pareciera indestructible, dejar ganar la batalla a la pasividad enfermiza de los actos y del cuerpo mismo. Enfermarse y corromperse del sin-sentido.
Qué quedará de nosotros, sino el polvo que el mismo viento se llevará sin destino alguno, qué nos espera con tan despiadado reinado implantado por la superficialidad de lo cotidiano que revuelca el sentido de lo humano en fangos de miseria colectiva.

Vivir como extranjeros es ya suficiente, sentenciarse al desierto de lo inerte es, la propia muerte.
Nos preguntamos dónde está el nihilismo, ¿Qué no es claro que lo cargamos a cuestas provocándonos jorobas hechas de tiempo muerto? , ¿Qué no es claro que respira en cada poro de cada cuerpo?

Ojalá que la conciencia nos libere de tan terrible mal, ojalá que la vida no termine cristalizada por tremenda plasticidad.

Tal vez resulte que si tengamos poco tiempo, tal vez mañana ya no sepamos significar el sentir, el conversar, el intentar, el defender, el pensar… la propia libertad. Tal vez mañana nos gane la insensibilidad, tal vez este mismo día, nos coman los gusanos.

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