Amarte es como esperar a que la lluvia venga, 
como ir a un pueblo desierto y esperar por un poblador,
es la búsqueda de lo que nadie busca pero que alguien un día halló.
Amarte es esperar a que mi platillo favorito se sirva en todos los merenderos de la ciudad, es como reír en un lugar lleno de tipos serios; 
porque puede que vengas aunque no te llame y puede que llueva aunque no haya nubes, es decir, pasa.

Amarte es como esperar que también lo hagas y me ames, esperar porque es impreciso y deseable, aunque no lo hagas.
Amarte es porque la lluvia ya está aquí, porque cayó en tierra seca. Amarte es como olvidar la palabra probabilidad y reconocer sólo la improbabilidad, es como el camino que recorreré mañana,
incierto y fértil.




Texto inspirado por la canción "Rainman" de Erlend Øye

Fachada

Ésta es mi casa vista desde fuera
paredes sucias y pálidas manchadas de tiempo
éstas las hojas de los árboles que riegan la acera,
mecidas de viento y cubiertas de sol 
éstas las grietas que brotan de las paredes
paredes rompecabezas, llenas de instantes y murmullos 
éstas las marcas y rasguños de la puerta, 
la puerta que alberga un baúl de llamados.

Éstas son las ventanas que poco se abren

y los remaches en las cortinas que la adornan, 
desgastadas, visiblemente opacas.

Ésta es la acera cubierta de pasos

los pasos de extraños y los pasos míos
Éste es el buzón de las cartas que no llegan
ésta la fachada vaciada de tiempo y memoria
Ésta es la habitante y la que visita
Ésta mi casa vista desde fuera
erguida en la calle que hace de verso.


Mi muerte

Que no me arrimen 60 relatos de cómo vivir y salir airosa
mucho menos se me pronostique y recete.
Las posibilidades de vivir para un optimista 
son de ciento por mil
las de un pesimista están acabadas 
en el momento preciso de su nacimiento.
La muerte no me obliga a dejar este mundo
antes bien me reparte y rebautiza, me repatria.
Abandono el camino por la necesidad de inventar otro 
por eso si muero hoy, resucito mañana.

Mi muerte como quebranto

Mi muerte como agonía
Mi muerte como sinergia en un aparador de departamental.
Mi muerte sea todos los días enseguida a mi nacimiento
Mi muerte embarrada en el lodo y moldeando a la hija del barro.

No resucitaré al tercer día, 

apenas si por pedazos en el resto del tiempo,
de mi entierro, no vale la pena hablar.

La mujer con el orificio en su centro

A Ingrid

Ella tenía un huequito en medio del pecho que iba haciéndose orificio de tremendas dimensiones. Como cuando la punta de un lápiz pasa por la goma de borrar, la perfora y la convierte, la deja siendo una goma diferente a la inicial.

Al principio no había opción, pánico y terror le apretaban las costillas al sentirlo agrandarse, haciéndose más hondo y perforando las capas, ahondando en los cortes y en los lugares que ni ella misma se sabía. A veces el hueco le impedía recordar que tenía órganos vitales, sentía que era la única vía por la cual podía respirar.

Le era ya natural sentir resquebrajarse en plena calle a medio día o mientras digería la cena y estaba a punto de dormir; era un dolor intenso o un cosquilleo que la hacía reír no sólo por el resto del día sino de la semana entera. 
Había días en que olvidaba que estaba ahí 
¡vaya utilidad la de las ropas!, además de vestir tienen la facultad de ocultar.

Se mantenía como si nada, haciendo lo que tenía que hacer, caminando despreocupada o con la mente en otras contingencias de lo habitual; y era entonces, sólo entonces que empezaban los síntomas, su predecible pálpito. Parecía que de esa forma el hueco despertaba y comenzaba a funcionar, en cuanto ella lo olvidaba, el mecanismo se activaba y empezaba a agrandar.

¡Pobre chiquilla!, un hueco fue a heredar. Le había venido de familia, sus antecesoras habían nacido con uno exactamente a la mitad del pecho: ni más a la izquierda ni más a la derecha, ni más abajo o más arriba, eran las proporciones las que se mantenían, lo que variaba era la profundidad; eso dependía de la mujer que lo tenía y su particularidad.

Un día en donde nada particular pasaba, le dieron ganas de viajar, irse a otro lugar y probar nuevos aires para averiguar si el estado actual de su pecho podía cambiar. Así fue como escapó al mar, no había nada más que podía desear que estar allá, contemplando las olas y su indomable inmensidad.

Recostada en la arena vio a un hombre pasar, paseaba por la orilla de la playa llevando un carrito con montones de cosas raras de las que a simple vista no se adivinaba la utilidad. Entre todas ellas distinguió una cocha de mar, no sabía por qué pero llamó su atención; la cogió y la miró fijamente por un buen rato, algo había en ella que le causaba arrebato. 
Se la colocó en la oreja izquierda y lo impredecible comenzó a pasar: 
Su hueco se llenó de la misma materia de la cual está hecha el mar, y ella sintió como una parte perdida regresaba a su lugar.

Se dio cuenta, no había que ocultarlo, sólo había que llenarlo. El mar le pintaba el hueco, el hueco se llenaba con mar.
Halló su lugar, el orificio la había llevado. Había encontrado su hogar y por eso, ahí, el resto de los días decidió habitar.



Punto de reunión

Un hombre bello subiendo a un taxi,
una mujer bella cruzando la calle.
Él es bello porque va con la mirada distraída y desorientada, ella lo es porque está buscando, mira de un lado a otro, carga un revista que parece contener una dirección.

Él también busca una dirección, paró un taxi y preguntó al conductor por la ventanilla. Lo llevará, si lo llevará; ya ha subido pero se dirige de lado contrario al de la mujer.

Se cruzaron por un momento, pasaron por la misma acera a la misma hora. Los dos buscan un lugar en la ciudad, alguno en el que jamás han estado, lo sé porque buscan. Pareciera que era el punto de reunión para ambos, ese día y en esa calle con sus desconciertos.
Y pensé entonces, que la forma más bella de un hombre y de una mujer es cuando no saben, y siendo que ignoran, buscan y se encuentran, aunque no se dirijan al mismo lugar.