Macrontámico (primera parte)

Me pasé la tarde leyendo un libro que me habían obsequiado en mi cumpleaños pasado, y que no había podido, o más bien no había querido abrir porque los cuentos de Borges me habían estado quitando el sueño en los últimos días, y me habían atrapado cual mosca a una trampa pegajosa; además este libro era mucho más grande y estaba dudoso porque no sabía si en realidad sería una historia que valiera la pena leer: "Cien mil leguas marinas", el título no me decía gran cosa además.

Era una historia sobre barcos, sobre el mar y las peripecias de un grupo de navegantes que se habían embarcado hacia la costa oeste en busca de vida marítima desconocida. A sólo un par de horas de haber iniciado mi lectura, ya había terminado el primer capítulo- otra lectura que me va a causar problemas con mi madre y mis deberes en la casa- pensé- porque siempre que algo me atrapa, todo lo demás lo dejo para el último momento o lo olvido por completo, a ella le irrita tanto eso. Había pausado la lectura al llegar al segundo capítulo para poder ir por las cosas que me habían encargado del mercado; ya iba por la Avenida del Río cuando de repente, sin más ni más empecé a ver todas las cosas, todas las personas y casas de colores variados, como si tuvieran arcoíris o qué sé yo; me tallé los ojos rápidamente y pensé que era a causa del sueño que traía atrasado por tener varias semanas durmiendo poco, me pareció que en verdad era así porque de inmediato volvió todo a la normalidad y por ello no dí mayor importancia a mi visión que en ese momento, creí a causa de la somnolencia. 


Me pasaron los días tras el segundo y tercer capítulo, estaba comenzando sin dificultad el cuarto; no podía creer que una historia así me tuviera comiendo de sus hojas, puesto que yo prefiero las antiguas, de tiempos remotos y de anécdotas que se convierten en leyenda pasando de generación en generación, y más esas que llegan a transformarse de boca en boca y se vuelven una versión diferente para los tataranietos de las tatarabuelas; o en su defecto, elijo las de casos policíacos. 

Era tanto mi apego al libro, que a pesar de que cada capítulo abarcaba entre 50 y 60 páginas, para mí era como si fuesen sólo 10, los devoraba porque me impacientaba saber qué sucedería, qué le pasaría al almirante Ralph después de caer en aguas profundas y haberse topado cara a cara con una especie de tamaño similar al de un humano con piel babosa y blanquizca que lo miraba con tanto pavor y sorpresa como también él lo hacía. 

Mi mamá se la pasaba contándole a mi tía Sara acerca de mi y el comportamiento de ermitaño que había mostrado desde que empecé a leer el libro: "Me preocupa Rafael, 

no´más se la pasa ahí metido en su cuarto leyendo no sé qué cosas", y mi tía, que es toda experta en meter ideas estúpidas a la cabeza de mi ingenua madre, se atrevió a decirle que probablemente estuviera leyendo algo sobre ritos demoníacos, o peor aún, viendo pornografía barata. Es algo fatalista y además tiene tanta imaginación la mujer. 

Un Domingo que salí con Osvaldo a jugar a las canchas del parque, me sucedió lo mismo de la vez anterior, esta vez me espanté porque ya no podía echarle la culpa al sueño, había dormido perfectamente toda la semana, mi lectura la había reducido a un par de horas por las tareas de la escuela, pero eso sí, estaba decido a no dejar el libro hasta terminarlo; mucho más ahora que la historia estaba tomando un giro que no  esperaba. 

No le dije a Osvaldo lo que me pasaba, pero se dio cuenta de inmediato porque no dejaba de mirarme como si yo fuera un bicho raro cada que me tallaba los ojos, ¿Porqué te tallas los ojos, te entró algo? -me preguntó- y cuando comenzaron a regresar los colores de todo y de todos a su original sitio, una cosa que nunca antes me había pasado, me espantó más que nunca. 
Después que me normalicé, pasarían más o menos como 5 minutos, cuando empezaron a venirme a la cabeza, como si alguna voz me las dictara, millones de palabras de las que desconocía el significado, y otras tantas que no existían y por supuesto, no comprendía. ¿Qué es ésto? -grité- y me quedé pasmado en medio de la cancha, solté el balón y sólo me quedé ahí parado, no escuchaba nada más que las palabras que venían a montones; miraba a Osvaldo diciéndome algo y tomándome por el hombro, lo miraba pero no lo escuchaba, como si hubiera una interferencia. 
No sé cuánto tiempo estuve así hasta que después él me dijo que había sido un buen rato, lo único que tengo bien grabado es el momento en que cesaron las palabras, todas habían venido como en lista, una tras otra, muy rápido y sin pausas, para detenerse en una, la última de todas y que jamás en mi vida había escuchado, una que no existe en los diccionarios y que no pertenece a ningún lenguaje: macrontámico.

¿Qué significa?, ¿Qué quiere decir?, ¿Por qué esa palabra fue la última de todas?... y lo más raro, ¿Por qué no recuerdo todas las demás, o por lo menos alguna otra, por qué sólo esa palabra?

Había estado dándole tantas vueltas al asunto en mi cabeza, y creo que, por principio de cuentas, lo más lógico es pensar que se me ha quedado grabada por ser la última, y por obviedad, sería la que más recordaría; pero me es sorprendente, que no recuerde ni siquiera una más. 
Todo es tan extraño; jamás me hubiera imaginado que una cosa así me pasaría...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario