“Consumamos el placer, agotemos la vida en la vida,
muera la muerte infiltrada en rapsodias langurosas,
infiltrada en pianos tenues y banderas cambiantes como crisálidas”
— Vicente Huidobro
Al estar fuera, la mirada se convirtió en un hilito que iba saliendo de un carrete con desdén y a veces dejaba retazos por las ventanas de un auto o por las del transporte público.
Ella hacía que llovieran a cántaros los pensamientos, que se pactaran incesantemente con los del resto de la ciudad.
Mientras avanzaban, la voz veía un ramillete de anuncios, pregones anunciados por las voces de paso; quiero decir de paso para quien no permanecía ahí, para quien sólo paseaba casualmente por el lugar con afán de filtrarse los vacíos.
Las otras muchas voces que andaban sobre las aceras hacían ritmos grises o de muchos colores, algunas estaban impregnadas con sonrisas de máscara.
Había tanto que ver, tanto que la voz había pasado por alto, que deseó de pronto que los sonidos se congelaran para poderlos captar, sentía que se perdía la mejor parte de los mejores; todo era tan rápido y de la misma forma se terminaba, todo había que mirarlo y escucharlo con rapidez pero a detalle para recordarlo, ya que no había nada que pudiese regresarlo.
Aquello la hizo pensar que era inútil querer aplastarse a sí misma, puesto que el aplastamiento le podía ocurrir en medio de ese torbellino funesto de ires y venires y de un cavilar sin control. Todo cuanto pasaba por aquí era propenso de aplastamiento y aunque uno no lo desease, lo machacaban hasta dejarlo sin aliento.
Volviéndose hacia su amiga la mirada, que se encontraba distraída observando a una voz chillona que intentaba atarse los zapatos sin poder conseguirlo, le dijo:
"A veces soy de cuerda, a veces necesito cuerda para poder andar y no quedarme demasiado tiempo ensimismada, tal vez eso sea."
En eso estaba la voz, cerrando los ojos y apaciguada en medio del barullo entre el sonido y el silencio, que no vio venir un grito de pregón que avanzaba a toda velocidad hacia ella y que fatídicamente la aplastó para después y sin parar, continuar su camino sin siquiera darse la vuelta para saber si la había herido.
Le había lastimado el tono, sangro mucho pero la mirada pudo recogerla enseguida y llevarla al hospital.
En el camino, la mirada por fin le soltó las palabras que había estado aguardando para decirle al final del paseo, y que en vista de lo sucedido, no vio porqué guardar más: "En realidad eres más leve de lo que crees, basta con que otro ruido venga y te aplaste para que ya no existas, para que te vuelvas invisible."
Cuando estuvo mejor la llevó a su casa para que reposara, pero la voz no quiso quedarse a descansar, pensó que si había que desfallecer un día, había que extinguirse junto con todo, no pensando en querer aplastarse ni en el momento en que alguien pudiese hacerlo.
Después de todo- pensó- vivir siempre es el riesgo a todo, y querer morir, es tomar el atajo que sacrifica la parte entretenida.
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