Se llamaba Ana, yo nunca la conocí pero el llanto por su
muerte llegó hasta mi puerta,
el dolor
se vació en las paredes, mi casa y el tiempo guardaron silencio para que ella entrara, para evocarla.
Que la consolación nos alcance por la partida irrevocable, que nos alcance a nosotros que nos gusta pensarnos permanentes, por lo menos esta noche.
Se llamaba Ana dijo la mujer que habló de su muerte a mi
madre, y al instante pude ver el orificio, pude ver la marca que su cuerpo hizo al mundo cuando se fue;
el anochecer de la
playa tiene ya otro cerco en la arena para poder adornar su inmensidad.
Se llamaba Ana, y el hueco que dejó en el mundo es un
picaporte en los bolsillos de quien la adoraba y se llenaba los ojos de su presencia.
No tengo idea cómo era, no conocí su tono de voz o vi la forma
de su cabello, lo cierto es que ella llegó a mi puerta y así supe que existió.
Se llamaba Ana, y tantas Anas habitan y habitarán este
mundo, pero ninguna Ana será más, esa Ana.
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