salvé a una mariposa de morir ahogada,
profesores universitarios queriendo
comerme las entrañas.
Las dos cuerdas buscándome lazar,
me tomaron por el cuello y apretaron con fuerza,
al mismo tiempo, de frente, arrebatándose mi cuerpo;
ser cual muñeca de trapo.
Los dos manojos me empalmaban, me adherían al ramo,
huía de uno,
me tomaba el otro.
No le conozco el fondo a ninguno, dije.
No pudieron llevarme,
no encontraron cómo,
a la víctima perfecta se le desvanecieron las manos.
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