Viniste, por fin viniste.
Habías pisado la tierra,
habías mojado las separaciones entre tus dedos,
tenías dureza en las plantas,
eran visibles todas tus marcas;
callos en tus dedos pequeños,
tierra en ellos como rastro de tantísimos desplazos.
Habías sido centro de otras raíces.
Caminaste descalzo sobre puentes quemantes y
piedras invisibles. Venías llagado, fatigado,
con ojeras y tus centros quemados,
habías andado sin rumbo;
si algo te sobraba era silencio y espacio.
Yo estaba recostada,
con una mano en el cuerpo y otra palpando la tierra,
también me había ensuciado, también estaba exhausta,
por eso al principio no me percibiste, por eso casi me saltas.
Viniste y los metales pesados se desataron,
estiraste tu mano y turnamos el paso,
a ratos andando, a ratos tirados;
el camino nos había juntado.
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