¿Y qué sabes tú del mundo?- me dijeron sus ojos - ¿Qué sabes si sólo te acomodas en las palabras?
Aquella mujer me hablaba de cosas que yo no conocía y otras tantas que no contemplaba,
cosas que no se escriben, sólo se hacen,
porque no existen de otra forma.
Reconocí el poco ejercido oficio de cantar verdades, al menos, las verdades que ella tenía de mí.
Estaba tan sensible porque nunca me habían gritado así,
por lo ojos, tan en silencio,
y porque me sentí tan incapaz de contestar con la boca;
la suya hablaba de algo, pero sólo me entendí con la mirada;
lo fui anotando todo, armé frases, discretamente las escribí en mi libreta y ya tenía la escena hecha,
para no olvidarla nunca: a ella y sus palabras.
Tenía razón, no sé acomodarme mejor en otro lado que no sea en las palabras, en las escritas mejor que en las dichas, y me sentí tan encerrada, tan en casita de muñecas, tan pequeña.
Hay tanta limitación en mi pero también tanta curiosidad, y por eso creo que estoy salvada, creo que no estoy perdida.
Pero qué puedo saber yo que lo desconozco todo; estoy en medio de un lago, desnuda y sintiendo tanto frío.
Después de un rato de escucharla reprenderme, me armé de valor y la interrumpí: "No sé de realidades pero las imagino, ¿eso cuenta?"- dije- por primera vez la boca se quedaba callada, pero los ojos ni un parpadeo dudaron en mirarme con indignación, al mismo tiempo que me gritaban: "¡Descarada!"...
tal vez, si estoy perdida.
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