De todo lo que hay ahora en mi vida, tú eres el torbellino, lo más estremecedor; te lo dejo saber en el café con leche que nos preparo por las mañanas, en tus playeras que acomodo y a veces me doy el tiempo de desarrugar jugando el rol de ama de casa, y mira que ya sabes que es el único papel que no me gusta jugar, que detesto tomar.

Me ha hecho falta nuestro ritual ocasional de las noches, en el que te doy la espalda y al sentirme lejana, te acercas para acurrucarte y oler mi cabello antes de que te venza el sueño y yazcas con tu mano izquierda en mi cintura; con esa imagen de ser desprotegido de todos los males del mundo, con esa imagen que mi espalda esconde durante la noche.

Espero que ya te hayas percatado de lo que yo ahora: 

Que hemos entrado en la dimensión de la monotonía, que la inercia ya recae en nuestros cuerpos, y ¿cómo?, cómo repararnos amor mío, si los placeres me parecen tan gastados y los deseos tan olvidados.

Besarnos se ha vuelto un ritual con horario, con recordatorio de qué, ya no me acuerdo, lo convertimos en una acción embustera y siniestra: 

Qué no se nos olvide dar de comer al gato, que no se nos olvide revisar las llaves de gas, qué nos se nos olvide besarnos antes de salir a trabajar, el maldito juego del "se debe hacer", ¿te das cuenta?.
Tengo miedo, me siento en el túnel oscuro, aquel del que siempre salí urgentemente de amores pasados sin dejar nota de despedida. Pero contigo es diferente, no sé, no me preguntes por qué, es sólo que aún me quiero quedar.

Nos desgastamos como de común acuerdo, el tiempo es relativo pero nosotros lo pasamos en asuntos terceros, ya no estamos juntos, ¿lo notas? no es paranoia, amor mío, es que tú dices: "Estoy cansado, sólo quiero dormir" y cada noche que lo sollozas yo me siento un abismo más atrás; 
no conversar, no abrazarnos, no tocarnos, no olernos, no amarnos.

A lo mejor es que ya te enamoraste de alguien más, no me enojaré y tampoco te odiaré, te prometo que no me enojaré si es así; cómo enojarme porque busques el amor, si es el único resguardo, la única ceguera que permite la visibilidad más etérea de este mundo; y si en mi ya no lo palpas, ve a donde esté; yo siempre hice lo mismo.

Es verdad que me entristeceré, pero tengo la suerte de que mis tristezas sean penetrantes más no perdurables, dejo que me arrastren cual perro de pelea moribundo por el suelo, pero luego y siempre, hallo la forma de curarme. Porque prefiero eso a instalarnos junto al demonio de la costumbre, en el delirio de la inmutabilidad; porque ya viví gran parte de mi vida entre ceremonias de lo habitual, entre acciones de cada día, de siempre; eso ya lo sabes, como también sabes que no lo soporto.

Dime amor, si dejamos los sorbos de veneno, si paramos de rasguñar el tiempo y renovamos el secreto compartido; o si mejor de una vez y de tajo dejamos de sucedernos; y nos acabamos, y nos despedimos; con las memorias de buenos amantes y entrañables amigos, para resucitar en otro tiempo, con otros cuerpos, 
otros demonios, diferentes hastíos.



 

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