Uno frente al otro, juntos,
como adivinándose el pensamiento;
como si él ya supiera lo que ella iba a decir,
como si ella ya supiera lo que él tenía en mente
y maquilaba además, lo que iba a responderle.
Incapaces de mirarse a los ojos, porque el primero en levantar la vista sería quien diera paso al segundo acto: soltar la primer palabra, la primer frase,
ser quien espere la respuesta del otro.
Eran las reglas del juego, así las habían consentido sin pactarlas, de común acuerdo, desde siempre.
Ella le conoce bien el truco del cigarrillo, siempre ha de ser su salvavidas un cigarrillo, si fuera un niño usaría a su madre para esconderse detrás.
Él sabe que la expresión de desolación es su táctica, ella siempre recurre al gesto triste cuando quiere que sea él quien ceda, y eso, lo irrita un poco.
Y es que ninguno es bueno para las despedidas, cosa nada rara, que los seres humanos seamos tan infinitamente vulnerables en los intervalos del adiós, tanto o más que en la primer mirada, en el primer saludo; porque a ninguno le costó sonreírse la primera vez.
El lenguaje enmarcado con esa primer sonrisa, se extendía ahora con la evasión de las miradas, con el sometimiento de sus palabras. El comienzo, todo y nada tiene que ver con la despedida.
Ella está pensando que no va a decirle que lo extrañará si no lo hace él primero,
él no sabe si decirle que la va a extrañar sea la primer cosa que debiera decir.
Él quiere preguntarle si buscará un nuevo amor cuando se vaya, cuando la tregua del tiempo y la distancia sea lo único que haya.
Ella sólo contiene sus enormes ganas de llorar, no quiere dejarlo ir, pero de golpe se da cuenta que ese deseo emana del egoísmo, y el egoísmo nunca ha sido su plato fuerte;
no hay lugar permanente para nadie, o al menos, no debería haberlo.
Él se ha acabado el cigarrillo; la boca sin pretextos, la boca libre toma la iniciativa: "Te escribiré, es una promesa".
Ya lo secunde la mirada de ella, baja la guardia y le muestra los ojos, tristes y llanos.
"No me prometas nada, no prometas cosas que durante algún tiempo puedas cumplir pero que a la larga se vuelvan tan rutinarias que te cueste hacer, sólo ve y se feliz".
Lo ha desarmado, él ya no sabe qué más pudiera decir, sus pensamientos están tiesos, pero de manera impulsiva alcanza a decir:
"Si lo haré, lo haré porque me importas y siempre me importarás".
Ella asoma una mediana sonrisa y lo mira fijamente, como si en esa mirada estuvieran contenidas todas las palabras de adiós que no dirá.
Se levanta y le acaricia el cabello, le da un beso en la frente y otro más largo en los labios, esos labios que tanto adora, y que ahora, tal vez nunca más volverá a tocar.
Se marcha, toma sus cosas y se aleja caminando lentamente; no quería acompañarlo hasta la estación, así era mejor.
Él también lo creyó así, por eso la dejó ir, por eso no la detuvo, comprendiendo entonces que no habían tenido palabras uno para el otro porque ya no eran necesarias;
sólo quedaba considerar la idea de que algún día, se volverían a ver. Ojalá ella también lo estuviese pensando así.
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