Te grabé mientras me leías el capítulo final de la novela de Oscar Wilde, para no olvidar la dificultad que tienes de pronunciar la letra R, o tus largas pausas en puntos y aparte que me desesperaban cuando la historia estaba en la mejor parte.
Guardé la servilleta donde pintaste un beso ayer para probar si tu labial se había fijado bien; la quiero para ver las grietas de tus labios y acordarme cómo se sienten sobre los míos, para tener presente el sabor de tu boca, incluso cuando no es tan agradable por las mañanas.
Me tomé la libertad de llevarme uno de tus prendedores de cabello, tu favorito, por cierto. El que usas cuando te dan ganas de peinarte o cuando sólo quieres recogerlo porque te estorba, es que huele rico, huele a tu cabello; me gusta tanto como huele tu cabello, ya te lo había dicho antes, ¿no?...
Compré un disco de la banda española que no dejas de escuchar, es para saber qué de bueno y fascinante encuentras en ellos, porque para mi siguen siendo sólo porquería.
¡Ah! y lo olvidaba; ya tengo los boletos para el concierto, estaremos en la pista y ya lo tengo bien planeado, buscaremos la mejor vista, sé cuánto has esperado el momento.
P.D. No, no me estoy enamorando de ti. Te compraré otro prendedor mañana, te llevo el disco la próxima semana.
Víctor
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