Suscripciones erróneas

Recibo el periódico todos los días desde hace poco más de seis años y por lo que me ha dicho el repartidor, comparto esta tradición en el vecindario sólo con dos de mis vecinos; si bien los tiempos dan para leer las noticias en internet y saberlo todo casi en el momento en que pasa, nunca me ha parecido tan bondadoso como el recibirlas en papel, entre otras razones porque recorto y colecciono las noticias que me causan gran impacto, las adapto y transformo en historias de corte policíaco para un libro que ha estado en pausa por ya no sé cuánto tiempo debido al trabajo y mi carente imaginación de estos meses para escribir, de no ser por el periódico tendría ahora un muy buen argumento para terminar de convencerme de que no sirvo para esto.

Me suscribí a este periódico en particular por que no se valen del espectáculo con noticias amarillistas o manipuladas para ganar lectores y porque además, las páginas son usadas en su mayoría con el fin de dar cabida a la información, estando segura de que no me toparé en alguna página con “la chica de la semana” en un diminuto bikini tratando de provocar de una manera diferente al lector, en especial al del género masculino. Aquí podría exponer mis argumentos como mujer al respecto, pero por lo menos en esta historia no hay espacio para detenerme en ello. Otra de la razones, es que recibía un suplemento de Literatura cada mes, y digo recibía porque lo cancelé cuando me enteré de algo que cambió mi lectura del mismo y mi percepción de la relación que tuve con un poeta que solía publicar ahí.

Conocí a Julio Manríquez cuando estudiábamos juntos en la Facultad de Literatura y estuvimos juntos por un largo tiempo, tanto, que ya habíamos considerado el matrimonio; esa fue la señal de que la relación ya estaba perdida y que lo único que nos unía era costumbre y una cierta esfera de comodidad en la que nos habíamos instalado sin querer pero que ya habíamos aceptado con resignación; ambos reconocimos que la idea del matrimonio provenía más de todo eso que del amor y nos separamos quedando en buenos términos.

Julio publicaba algunos de sus poemas en el suplemento del periódico, y siempre tenía la costumbre de ponerles dedicatoria, nunca faltaba ese en donde se leía: “a E.” y yo supuse que eran para mí, abreviatura de Elena. Me sentía halagada, pensé que lo hacía en memoria de los buenos tiempos y que era su forma de decir que había un cariño que iba a permanecer siempre. La verdad me gustaba llegar a esa sección y encontrar la dedicatoria en algún poema.

No nos hablábamos mucho desde entonces, cada uno estaba en sus asuntos pero de vez en cuando intercambiábamos correos para saludarnos y hacernos alguna recomendación de cualquier cosa o lugar que nos hubiera interesado, por eso el choque fue brutal con lo sucedido un tiempo después: Julio Manríquez falleció.

Lo publicaron en ese mismo periódico, decían que había estado en una trifulca de borrachos en un bar y alguien le dio un golpe del que ya no despertó; no era típico de él meterse en problemas pero si buscar la bebida y mientras el alcohol fungiera su papel, Julio como toda persona en estado etílico no pensaba, sólo hacía. Me pareció una tragedia que la vida a la que tanto se aferraba se le hubiera ido así, quedando tan inconclusa, tan llena de puntos suspensivos. Pero no sólo me enteré de esto por la nota, supe también que estaba comprometido y tenía planes de casarse el próximo año con una mujer llamada Edith, quien en una entrevista publicada en el mismo espacio contaba todos los planes que tenían y explicaba lo que pasaría con los textos que dejó sin publicar; afortunadamente él había hecho un borrador de testamento en donde expresaba su voluntad al respecto. Tal vez presintió la muerte o tal vez sólo apeló a su juicio de hombre precavido.

Comencé a pensar en algunos momentos que había pasado con él, como si se tratara de una remembranza o de una película de su vida, lo recordé escribiendo y leyéndome sus poemas sentado en mi escritorio, leí vorazmente todos los publicados en el suplemento desde la primera edición, pero entrada en la cuarta me detuve, empecé a hilar todos los hechos: Edith, ella se llama Edith, ella también puede ser “E.” ¿y si era así?, ¿si en verdad todos los poemas eran para ella y no para mí?

Fue una duda que no pude quitarme de la cabeza por bastante tiempo y cuando ocurrió el funeral aumentó; me presenté ante Edith como una amiga cercana de Julio y ella dio muestras de no tener ni idea sobre la relación que mantuvimos, ¿cómo podía yo preguntarle sobre algo que parecía ya no tener ninguna importancia en ese momento? Tal vez ella tampoco sabía que yo existía y también daba por sentado que la dedicatoria era suya; sé que suena a una obsesión sin sentido y por demás ridícula, pero el hecho de descubrir que los poemas eran para otra persona significaba reventar una burbuja que yo misma me había fabricado en la mente, pero sobre todo, el caer en la cuenta de que me había adjudicado las memorias de otros, es decir, las de Edith y Julio, que para nada tenían que ver con las que en su momento yo había construido con él; por eso, haber asumido tanto tiempo que los poemas eran para mí, me mataba.

Si él aún estuviera vivo ya le habría reclamado el no haber tenido la delicadeza de dejar en claro a quién se refería, porque es que tuvo que haber pasado alguna vez por su cabeza la idea de que podría surgir una confusión ¿o no?, o lo había hecho a propósito como una especie de juego queriendo matar dos pájaros de un tiro o en realidad sólo era yo, una parte de mí deseando que esos poemas se refirieran a mí. No lo sabía y nunca iba a saberlo, por lo que mis preguntas carecían también de sentido; en todo caso no era algo que tenía que haberme aclarado porque no había motivos a excepción de mis dudas.

¿Cuántas personas se han atribuido algo para luego darse cuenta de que en realidad no era suyo? millones supongo, pero el desencanto para mi significaba haber estado instalada en el pasado, retornar al pasado y sentir que era permanente porque existía ese momento en el que leía un poema; dar por hecho que eran para mi era saberme ligada a una persona y sólo por esa parte no me lamentaba.

Cancelé la suscripción porque sabía que seguirían publicando su trabajo por un tiempo más y ya no quería leerlo, no al menos hasta que dejara de recordarme esa marca que yo le había dado. Después de todo, cualquier mujer que haya mantenido alguna relación con Julio cuyo nombre comience con E, puede adjudicárselos.

*El texto de la semana en Revista Golfa.

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