Nosotros, los que caminamos entre piedra y lodo,
los condenados a no ser más que una linea de polvo
trazada de olvido que resurge con furia de entre las cenizas.
Aves compañeras que cruzan calles y avenidas, tiempo y espacio.
Rebelarse es encontrarse con las miradas que pretenden
congelar el tiempo para esquivar la última parada del tren,
quedarse eternamente ante todos los labios y todos los ojos,
ante las voces a las que hay que responder cuando llamen,
cuando cientos de bocas se queden mudas.
Lo que ves en las calles es el dolor en todas sus formas,
el horror silencioso del que grita sin cansancio hasta retumbar
y sangrar los oídos del opresor,
hasta anidar el clamor por las almas acorraladas y despertar
con las manos unidas a otras, todas bañadas en sed de justicia.
Caminamos para hallar otro posible amanecer,
un ardor de piel y un retrato de la esperanza
que emanen de una llaga que no es posible cerrar.
Esos somos, los que nunca más estarán vacíos,
hijos que brotan de una tierra fértil,
hermanos que aprendieron a ser fuego,
los de venas abiertas donde la sangre derramada
nos manchó de una resistencia que morirá
cuando el último de nosotros se haya ido.
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