“Oh señores del Orden, respetables Señores
han tomado mis ojos como rehenes pero aún veo.”
— Fragmento de Amanece en el mundo, Juan Bañuelos
Hubo una vez un lugar poblado de hombres y mujeres circuito que andaban siempre a la prisa de todo, pendientes del pasar del tiempo. El reloj les dictaba lo que debían hacer y a qué velocidad, y es que en algún punto se habían olvidado que alguna vez se cuestionaron sobre lo que era el tiempo.
Sus empleos les atribuían características como eficiente y competitivo, particularidades que les aseguraban un puesto en aquellos lugares donde todos deseaban trabajar, se cuenta que desconocían la procedencia de estas palabras o en qué momento aparecieron, bastaba con que ellos supieran cómo serlo. Algunos hasta soñaban con gerencias, jamás con cosas que de verdad deseaban hacer.
Los hombres y mujeres circuito siempre tenían actividades por realizar, tareas que nunca acababan y que los mantenían llenos de papeles, se sentaban detrás de escritorios que parecían más pequeños de lo que en realidad eran -No podemos detenernos- decían- si lo hacemos un negocio quebrará, una pérdida monetaria no es nada fácil de reparar-. Sus días eran itinerarios prescritos, por lo que bastaba con su consulta para que estuvieran hechos.
En los días de lluvia los hombres circuito rehusaban mojarse, cubrían sus cuerpos con ostentosas ropas que terminaban por cubrir toda su persona, y de esa forma quedaban uniformados. Siempre llevaban un semblante serio, creían que reír los hacía poco convincentes, seres a los que no se les podía tomar por confiables, cuidaban ante todo sus relaciones de negocios- el tiempo libre ya vendrá, hay mucho por delante- pensaban. ¡Quién fuera un señor circuito para estar seguro de mucha vida tener!
Los hombres circuito eran a su pesar hombres tristes, pero no estaban llenos de una tristeza que los hacía existir, era una tristeza que los ocultaba y adornaba; como las ropas que les vestían el cuerpo; si alguna vez el sentimiento se les desgastaba, lo reemplazaban con la compra de algún otro que pudieran lucir de nuevo.
La vida de los hombres tristes era tener y reemplazar, querían todas las cosas que consideraban indispensables para no perderse del orden que conocían, para asegurarse la comodidad; sin embargo nunca conservaban nada, no concebían esa idea porque no sabían cómo hacerlo. Su vida entera era desechable.
Sé que no digo nada nuevo, tal vez muchos ya hayan escuchado sobre ellos, lo que les parecerá asombroso es saber que estos hombres aún existen y se han propagado por todo el planeta, es fácil reconocerles cuando se les ve; lo complicado es saber cuando uno se pierde entre ellos, cuando sin pensarlo se entra en la corriente y de pronto uno ya es un hombre circuito. La tierra de los hombres circuito, sépanlo ustedes, no está en algún sitio en particular ni sólo son circuito unos pocos hombres: el mundo entero puede ser en este momento un lugar sin rincones vacíos, una tierra repleta de hombres y mujeres de lineal existencia.
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