Siempre me ha parecido curioso el juntarse con un montón de desconocidos para hacer un viaje de ocasión. Personas a las que tal vez no se les vuelva a ver; rostros que de reojo miras y al minuto ya no recuerdas; a menos que la atención se haya filtrado en algún gesto o acción particular.
Sucede que salimos de casa y tomamos el mismo transporte, nos reunimos sin citarnos para que los destinos se bifurquen.
Abordo hacia el trabajo, subo y saludo a los otros pasajeros, me les uno. El móvil esta construido de tal manera que podamos sentarnos uno junto al otro, en cierto orden, no así, uno con el otro. Y en ese lapso del andar y andar, nos miramos las caras como si quisiéramos adivinarnos los pensamientos, filtramos los ojos por la ventana, hacemos cosas que puedan hacerse mientras se está sentado esperando llegar a un lugar, si hay suerte, se da la conversación.
Curioso es ir empaquetados, venidos de otros lugares para estar un rato en esta especie de convivencia. El disfrute depende del interés del pasajero, su estado de ánimo, su prisa por llegar y hasta del clima.
La lata abre y cierra durante todo el trayecto, hay parada en puntos concretos.
Llegamos a un semáforo, aquí termina el viaje para el hombre de camisa negra y bigote llamativo, su lugar no queda vacío porque enseguida aborda un estudiante joven de peinado relamido al que el uniforme delata, cursa secundaria.
Hay un hombre en el asiento lateral izquierdo que carga varias jaulas de pájaro vacías, no hace fata ser adivino para saber cuál es su oficio; en este momento hay algunos pajarillos en algún lugar que pronto serán confinados a vivir ahí dentro.
Aquella muchacha en la parte trasera de cabellos largos y negros que viste formalmente, se contempla en un espejo de bolsillo asegurando la impecabilidad de su maquillaje mientras una mujer mayor en el asiento de frente la mira como extrañando ese reflejo que alguna vez tuvo de sí misma, el tiempo ya baila en el suyo.
Un muchacho ocupa el lugar de la puerta, no sabe si atender a su libro o al paisaje en la ventana, ¡qué más da!, si al fin y al cabo todo es lectura.
Junto a mi, una madre y su pequeña, la madre absorta en la plática con otra mujer que parece ser la abuela y la pequeña mirando mis anteojos como preguntando mentalmente qué son y porqué los uso, son una cosa desconocida para ella.
Sube un señor al que se le ve bastante acalorado, lleva uniforme de empleado de tienda departamental; mientras busca donde sentarse, el chofer dice: "Sean tan amables de recorrerse, ese asiento es para 4", ahora somos tantos, "Estamos llenos" dice el hombre que va delante junto al chofer.
"Cuando el empaque esté lleno, cierre herméticamente, suba la velocidad y vaya sin hacer más paradas"; son las instrucciones al reverso.
Pasajeros todos, pasajero esto, como el tiempo que pasaremos aquí dentro, como lo que somos andando de aquí a otro lado y después a uno más.
Me pregunto cuántos en verdad querrán ir al lugar al que van. En alguna parte del vehículo tal vez se podría colgar un letrero que estuviese a la vista de todo el que aborda: "El transporte no se hace responsable del tedio, aburrimiento o incluso la alegría y los buenos momentos que le produzca el lugar donde se dirige, tampoco por los que cargue con usted al subir, sin embargo le indemnizamos por los que aquí contraiga, aplican restricciones a la indiferencia.
Siéntase cómodo y esperemos que el viaje sea de su agrado."
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