Niñas pequeñas que nacen con la simpatía de papá y los rasgos de mamá, que reposan y se mecen dentro de una cuna de oro, pequeñas cuyas madres hacen actuación y laboran con los padres en telenovelas donde son ellos quienes realizan la producción. Niñas con suerte dicen muchos, no conocen y probablemente nunca conocerán la precariedad.
Niñas que crecen y deciden seguir los pasos de mamá, se aseguran los estudios pero no importa si declinan, tienen ya un lugar asegurado en el mismo imperio que fabricó la imagen de mamá.
Niñas que ahora son mujeres de la alta sociedad, que se saben de sangre azul, aparecen en revistas de moda, compran sólo la mejor ropa de marca y hacen lo posible porque su nombre florezca en las pantallas.
Mujeres que comen con la realeza de Inglaterra y en su viaje lucen vestidos Dolce & Gabbana, pasean con bolsos costosos y cargan en ellos unos cuantos salarios de la prole mexicana.
Mujeres bellas y envidiadas, que viven tras pilares de mármol, alejadas de una realidad que no las alcanza, que para ellas no puede ser verdad. Mujeres que tocan con la punta de los dedos su ansiada felicidad, la que a veces sienten lejos cuando quieran o no, llevan a cuestas la elección de la nueva pareja de mamá.
Mujeres bellas y envidiadas, que viven tras pilares de mármol, alejadas de una realidad que no las alcanza, que para ellas no puede ser verdad. Mujeres que tocan con la punta de los dedos su ansiada felicidad, la que a veces sienten lejos cuando quieran o no, llevan a cuestas la elección de la nueva pareja de mamá.
Mujeres de las que escribo porque comparto con ellas la nacionalidad pero no el código postal ¡una suerte a decir verdad! que en un país de jodidos no conocen y nunca conocerán la precariedad.