Leí por primera vez a Eduardo Galeano cuando estudiaba la carrera, una profesora nos lo presentó con "Patas arriba: La escuela del mundo al revés", en donde a base de breves historias, el escritor relata la realidad, ésta; la misma que vivimos todos los días y que a ratos nos puede parecer cosa de ficción. El escritor introduce a sus relatos de la manera más atinada:
"Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana.
Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies."
Recuerdo haber pensado que nunca antes, en todos los años de escuela alguien lo había puesto tan claro para mí, hablar sin tapujos de cómo las cosas lastimera y rabiosamente son, no sólo en América Latina sino en todo el mundo. Agradecí la existencia del libro porque fue como haberme pegado fuertemente contra la pared, un golpe que es necesario para todo aquél que se asoma a la realidad más allá de las narices y de los televisores, más allá de las calles de la colonia y de las falacias que pregonan los gobernantes.
Cuando las casualidades de la vida (y los profesores que gustan de buena literatura) te ponen en las manos lecturas diferentes del mundo, la invisible estabilidad se tambalea, porque nos enseñan desde temprana edad que nadie corre peligro si anda por los lugares correctos, sino encontramos el fango en el terreno. Cuando la curiosidad nos mueve a andar y lo encontramos, cuando nos caemos pero además descubrimos que fuera de la suciedad y de uno que otro moretón en el cuerpo no nos ha pasado nada grave, querer contarlo se vuelve un peligro para la existencia de las instituciones y los imaginarios colectivos.
Leí por ahí una frase que dice algo así como que "en un mundo de mentiras, decir la verdad siempre será un acto revolucionario" y uno puede preguntarse cuál sería la verdad, la verdad de quién o de quiénes. Una posible respuesta sería la verdad de aquellos que cuentan la propia, que se hacen escuchar; aunque suena bien para algunos casos, estaríamos pasando por alto que existen aquellos que parecen nacer sin esa libertad, sin siquiera la libertad de tener una verdad y es por todos ellos que Eduardo Galeano escribía, que camino sin parar. Creo que él nos diría que el fango es parte del camino, nació con él y no hay porque tratar de evitarlo, hacerlo no haría que dejara de existir y siempre nos limitaría a pocos espacios para dejar huella.
Con todo lo anterior quiero decir que su literatura no sólo nos dice que si abrimos la puerta y pisamos sobre los lugares no permitidos nos daremos cuenta de que no todo es piso firme, sino que nos invita a que adoptemos la hazaña de comprobarlo por nosotros mismos para descubrir entre otras cosas, que la realidad nos rebasa y que por tanto no debe parecernos ajena, por muy cruda y amarga que esta sea hay que darle la cara, o como diría otro grande, Julio Cortázar: "hay que vivir combatiéndose"
Y bueno, pensando en ello, dejo aquí el link a la descarga de su obra para quien quiera adoptar la hazaña:
La primer cosa que leí este lunes 13 de abril fue la noticia de su muerte, por la que no pude evitar sentirme profundamente triste y pensar que habíamos quedado, todos los latinoamericanos, un tanto huérfanos, nos quedamos sin una valiosa voz que vivía para alzarse por todos aquellos que no la tenían; luego rebobiné y llegué a la conclusión de que quedarme con ese pensamiento sería tanto como perpetuar el de que la realidad no se tambalea si caminas por los "sitios adecuados": Galeano no murió ni nos quedamos sin su voz, porque un gran escritor se queda en sus palabras y su legado.
Hacer homenaje a Galeano no significa quedarse sentado en una banca en un día soleado o entre cuatro paredes encerrado para leer todos sus libros; leer a Galeano nos compromete a la acción, a la digna acción para actuar desde todas las trincheras por la utopía colectiva de otro mundo posible, para darle la vuelta a este mundo al revés, o como él diría (muchísimo mejor expresado de lo que yo pueda hacerlo): "Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo".
Dignificar al ser humano y arrancarlo cada día de las garras de los señores del poder, esa es una tarea que este hombre nos dejó y hay que repartirse la chamba para continuarla, él ya puso su granito, empecemos a imaginar el nuestro junto al suyo.
Para cerrar comparto como reflexión pero sobre todo como dedicatoria uno de sus textos; va para todos pero especialmente para los compas mexicanos: por los tiempos difíciles que tenemos y los que nos esperan, para que no nos detengamos y sigamos caminando.
"Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca, ni un dedo fuera de la mano.
Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.
Ojalá podamos merecer que nos llamen locos, como han sido llamadas locas las Madres de Plaza de Mayo, por cometer la locura de negarnos a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria.
Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados.
Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego.
Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo”